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Observatorio PSyD

El observatorio opina

20 de Febrero de 2015

Terrorismo: miedo, comunicación y consenso

Javier Jiménez Olmos
Doctor en “Paz y Seguridad Internacional” por la UNED
Miembro de la Fundación “Seminario de Investigación para la Paz” de Zaragoza


Los atentados terroristas de París, hace ahora un mes, han desatado una oleada de reacciones emocionales en Europa. La emoción es natural cuando el impacto de la brutalidad afecta directamente, pero es mala consejera para afrontar algo tan complejo como el fenómeno terrorista. Las opiniones públicas son siempre influenciables, algo también natural cuando la información fluye en un solo sentido. Para afrontar el terrorismo se requiere mucha serenidad fruto de estrategias muy estudiadas y evaluadas por especialistas.

Es comprensible esas reacciones emotivas de las “personas de a pie”, no lo es tanto de dirigentes y líderes políticos con responsabilidades nacionales e internacionales. Estos deben mantener la cabeza fría y tomar decisiones muy meditadas, sin presiones mediáticas o populares, con el fin de tomar medidas adecuadas a los valores que en las sociedades democráticas se defienden, entre otros, la presunción de inocencia y el respeto a los derechos humanos.

Adentrarse en la discusión sobre la sobrevaloración de la amenaza terrorista es siempre un asunto delicado por el riesgo de desviarse de la senda del pensamiento del poder  dominante. La seguridad se ha convertido en una obsesión y también en un gran negocio. Se corre el riesgo de que los terroristas dominen la agenda de seguridad, justo lo que pretenden. También de que se reaccione desproporcionadamente, lo que posiblemente provocará más reclutamiento terrorista. Por otra parte, los defensores de la seguridad militar, como modo exclusivo de resolver los conflictos, encuentran terreno abonado para promocionar esta vía que, sin duda, produce grandes beneficios a determinadas industrias.

El terrorismo se aprovecha de la inmediatez y de la cobertura universal de los modernos medios de comunicación para extender su estrategia de terror. Pero habría que preguntarse si realmente es tan inquietante y destructor, sobre todo si lo comparamos con otras tragedias humanas cotidianas a las que por habituales se les presta poca atención.

Según se acredita en el Global Terrorism Index de 2014: “A pesar de que el terrorismo está en aumento y sigue siendo una preocupación importante comparada con otras formas de violencia, es relativamente pequeña en comparación con las 437.000 personas que murieron por homicidio. En el Reino Unido una persona tiene 188 veces más de probabilidades de ser víctima de un homicidio que del terrorismo y en los Estados Unidos es 64 veces más probable”.

Solo en el país más poderoso del mundo y una de las mayores democracias universales, los Estados Unidos de Norteamérica, “cada hora se producen tres muertes por armas de fuego”. Según el Gun Policy, en 2011 murieron por esa causa en EE. UU. 32.163 personas, mientras que a causa de atentados terroristas en todo el mundo las víctimas mortales fueron 12.553 según el Centro Nacional Contra el Terrorismo de España.

Sin olvidar que según UNICEF 17.000 niños mueren a diario en el mundo por no disponer de cosas tan “simples” como agua, vacunas o  mosquiteras. Es importante recordar que según el Índice Global del Hambre en el mundo 2014 hay 805 millones de personas que pasan hambre.

No se trata de minimizar el problema terrorista, que es enorme, pero conviene no centrar la agenda de seguridad sólo en el terrorismo y priorizar la seguridad humana - la que se preocupa de la dignidad y bienestar de los ciudadanos, de sus derechos y libertades y de la justicia social - entre otras razones porque una buena seguridad humana es un magnífico antídoto contra el terrorismo y porque los atentados terroristas no deben servir de distracción para olvidar u ocultar los graves problemas diarios de millones de personas en el mundo que carecen de un mínimo de seguridad humana.

No cabe duda de que el impacto causado a la población por el terrorismo internacional se ha incrementado porque los atentados son más sangrientos, porque los cometen muchas veces terroristas suicidas, que causan mayor pánico por la percepción de no poder combatirlos. Sin embargo, los terroristas no pueden desestabilizar las sociedades democráticas. Las actuaciones contra terroristas deberían ajustarse a la legalidad internacional y los derechos humanos. La venganza es un  sentimiento muy humano, no hay que negarlo, nadie permanece impasible ante la barbarie, pero las sociedades democráticas se distinguen porque son capaces de regular los impulsos individuales o colectivos de acuerdo con unas leyes respetuosas con la Declaración Universal de Derechos Humanos.

El terrorismo internacional va en aumento principalmente en Oriente Medio y África. No obstante, se sigue afrontando los problemas de seguridad sin tener en cuenta que las causas que originan los conflictos no son siempre de naturaleza militar.  El  poder militar clásico no siempre es eficaz y puede resultar contraproducente para actuar contra los nuevos retos de la seguridad.

Los datos del mencionado Global Terrorism Index 2014 acreditan que desde que se inició la llamada “guerra al terror” con las invasiones de Afganistán e Irak, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, no han hecho sino incrementar la actividad y los grupos terroristas.




Combatir el terrorismo es tarea dura, complicada y arriesgada, que exige una actuación multidisciplinar y multinacional. Durante años el terrorismo fue asunto ajeno a muchos países, no lo sufrían y, por tanto, no percibían sus efectos. Al Qaeda, y ahora el Estado Islámico,  y sus redes se han encargado de globalizar la amenaza terrorista y, como consecuencia, la comunidad internacional se ha concienciado de la necesidad de aunar esfuerzos para afrontar el fenómeno terrorista.

La primera premisa es considerar el terrorismo como un medio para conseguir algo y no como un fin. Ese medio es el empleo de violencia física o psíquica que produzca terror en la población. Para ello necesita no sólo víctimas, ha de encontrar un vehículo que haga llegar al resto de la población el efecto de sus acciones. Ese conductor de la propaganda, de la que depende, son los medios de comunicación social de masas. Todo el mundo puede ver, escuchar y leer repetidamente las imágenes de la destrucción, el horror de la muerte y las consecuencias de no pertenecer al bando de sus autores.

La reacción emotiva ante la barbarie terrorista se puede percibir en las sociedades, incluso las más democráticas y de tradición menos militarista, como la española. En una encuesta realizada por Metroscopia para el diario El País, publicada el pasado 2 de febrero, se podía comprobar que un porcentaje mayoritario de los españoles, el 62%, estaban de acuerdo con “intervenir de una forma activa y eficaz contra los grupos yihadistas radicales que actúan en lugares como Siria, Irak o el Sahel”, lo que presuponía que ya no era “hora de la diplomacia”. Todavía un porcentaje mayor, el 67%, consideraba positiva la participación española en “una coalición que interviniese de forma activa contra los grupos yihadistas”.




Sin embargo, convendría recordar que según el Global Terrorism Index 2014: “el 83% de las organizaciones terroristas han terminado debido a la actuación policial o política. Sólo el 7% ha terminado debido a la intervención militar”. Por tanto, las intervenciones militares deben ser muy meditadas y planificadas para que no produzcan el efecto contrario del pretendido. Las victorias militares a corto plazo no son la garantía para acabar con las causas del terrorismo, como ya se ha evidenciado en Afganistán e Irak.

Habría entonces que reflexionar acerca de estos tres factores: miedo, comunicación y desestabilización. Habría que trabajar en la línea de racionalizar el miedo, limitar el acceso a la propaganda de los terroristas (lo que en países democráticos puede chocar con la libertad de expresión) y buscar consensos políticos nacionales e internacionales para eliminar los problemas estructurales causantes del terrorismo.  

20 de febrero de 2014






















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