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Observatorio PSyD

El observatorio opina

13 de Junio de 2014

Sudán y Arabia Saudí, ¿Quién ha dicho enemigos?

Darío López Estévez
Lexicógrafo, lingüista y analista geopolítico




    










“No a la venta de Sudán”
      
   
En medio del contemporáneo debate entre las teorías economicistas y sus detractores en el intento de ahondar en las causas de conflictos con vestes de animadversión étnico-religiosa, los países africanos, y más concretamente los situados en el Sahel, se erigen como casos de estudio para la confutación o rechazo de una u otra tesis.

En este contexto, Sudán se presenta como un caso ejemplar de estado afligido por conflictos aparentemente étnicos que esconden, sin embargo, un origen que va mucho más allá de las divergencias en la pertenencia grupal de sus habitantes. En el fondo de la gran mayoría de estas diatribas se encuentran pugnas por el control de recursos naturales (Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente, UNEP, 2007) destinados a actividades económicas clave que, por otro lado, han ido sofisticándose y mutando al ritmo de expansión de la globalización económica.  Sobre esta estela reflexiva basada en la experiencia y el contacto in situ, no parece apresurado afirmar que los continuos estallidos de violencia en Sudán se deben a la criticidad de los recursos naturales disponibles para quienes viven de ellos. En este sentido, los pastos y las tierras fértiles son recursos tan críticos para el más del 50% de sudaneses ocupados en el sector primario, como el petróleo lo es para el mantenimiento del aparato estatal y la autoridad sudaneses.

La dependencia económica de los recursos naturales se revela una elección obligatoria para entidades políticas cuya configuración estatal es el fulcro de su inestabilidad, por no disponer de los recursos humanos y económicos para sentar las bases de un tejido económico basado en el valor añadido. Esta debilidad capital casa con las teorías economicistas que enarbolan la causa económica como principio y fin de las relaciones internacionales y los conflictos sociales. Sin embargo, la adopción de tal postura hasta sus últimas consecuencias no haría justicia con la realidad de otros factores que, si bien no son desencadenantes, participan en la exacerbación de tales diatribas. Por ende, la superación de diferencias religiosas, étnicas e ideológicas entre actores políticos no presenta grandes obstáculos cuando se verifica un beneficio económico –que no monetario- para las partes interesadas.

Con estas premisas, Sudán, el “país de los negros” si nos atenemos al significado de su étimo, bilād as-sūdān -بلاد السودان en su grafía árabe- constituye un tablero de juego ideal para el análisis de la aparente incoherencia de las interacciones interestatales, de la disonancia cognitiva entre lo manifiesto y lo velado, entre la ideología y las declaraciones amistosas o beligerantes y las dinámicas económicas que, en este caso, se nutren pura y exclusivamente de los recursos naturales.  

El término land grabbing produce todavía en muchos lo que Umberto Eco, en su obra Dire quasi la stessa cosa, denomina “sensación de stranezza”. Esta nueva moda económica con claras expectativas al alza consiste en la adquisición de tierras cultivables con el fin de garantizar la seguridad alimentaria o energética (por la producción de biocombustibles) del estado adquiriente. Se trata de una práctica que ha eclosionado en el último lustro, causando profundas repercusiones tanto en sistemas económicos como políticos de países con gran disponibilidad de tierras fértiles. En concreto, Sudán es el segundo destino de las inversiones del sector, con nada más y nada menos que un 10% de las 26 millones de hectáreas adquiridas a través de transacciones transnacionales (Holden, J. y Pagel, M, Jan 2013). Aun cuando el cambio climático ha hecho avanzar el Gran Desierto hasta 150 km en algunos puntos (UNDP, 2012), el gobierno de Omar Al-Bashir sigue disfrutando de vastos territorios cultivables con cuya cesión de derechos de explotación o venta reduce la peligrosa dependencia del PIB sudanés de las rentas del crudo.

La disponibilidad del régimen sudanés a ceder la propiedad de sus terrenos para alimentar a otros países ha quedado patente en declaraciones de algunos de sus miembros, como el embajador sudanés en Egipto y emisario de Sudán en la Liga Árabe, Kamal Hassan Alí, cuando lanzó en enero de este año, con ocasión de la cumbre del consejo económico de la organización, una iniciativa para atraer inversiones en el sector primario sudanés que hiciesen del país el garante de la seguridad alimentaria del mundo árabe. Asimismo, anunció la delineación de un proyecto de reformas legislativas para desarrollar el sector primario, el cual se presentará en la próxima cumbre del consejo económico de la Liga Árabe, con el fin de lograr el apoyo de los estados miembros. Sin embargo, a la luz de los datos, esta iniciativa no es más que un mero intento de aportar un marco legal para la actividad que sus socios de la Liga Árabe llevan practicando desde hace años en el país, tanto en estados afines como adversos.

A ningún entendido en el mundo árabe se le escapa la animadversión ideológica y política que enfrentan a Arabia Saudí y Sudán, siendo el salafismo promovido por aquella una interpretación radical de la sharía incompatible con el islamismo cobijado por este. A esta confrontación manifiesta se suman no pocas cuestiones controvertidas:

  • Los recelos que despierta en Arabia las estrechas y continuadas relaciones entre Sudán e Irán. En agosto de 2013, Arabia Saudí denegó el paso por su espacio aéreo al avión presidencial de Omar Al-Bashir, en ruta hacia Irán con motivo de la ceremonia de investidura de Hassan Rohani.
  • La cercanía con Egipto, cuya importancia para la estabilidad en la plétora árabe se ha mostrado más manifiestamente que nunca en los últimos años y cuyas dinámicas internas refuerzan o debilitan al régimen sudanés.
  • El cobijo proporcionado por Sudán a los Hermanos Musulmanes, recientemente declarados organización terrorista por la cúpula saudí, que ha instado a los demás países árabes a seguir sus pasos.
  • Las estrechas relaciones con Catar, quien se ha consolidado como un inversor esencial en diversos ámbitos como el patrimonio histórico o la financiación pública. Catar ha patrocinado y auspiciado no sólo la firma de acuerdos de paz en Sudán (Acuerdo de Doha, 2011) sino también la vigilancia sobre su implementación. El cobijo proporcionado por el pequeño emirato a la Hermandad Musulmana ha despertado la ira del vecino saudí y acentuado la sensación de cerco.

Hasta este punto, la coherencia externa de las relaciones contrapuestas entre el hegemón del Consejo de Cooperación del Golfo y Sudán es incuestionable. Sin embargo, apenas ahondamos en los lazos económicos entre ambas naciones nos topamos con hechos que confutan, y de qué manera, la visión de que la economía va por sus propios derroteros. Arabia Saudí es uno de los principales land grabbers en Sudán. Alrededor de 175.000 hectáreas ya habían sido adquiridas a finales de 2011 a través de tres empresas (GRAIN, 2012):

- Almarai Co, cuyo presidente del consejo de administración es el Emir Sultán Ben Muhammad Ben Saúd Al-Kabir, quien se percató de la necesidad de crear una empresa saudí para suministrar productos lácteos al país del     Golfo. Desde 2009, la empresa ha llevado a cabo un proceso de ampliación de su cartera de productos que incluye cárnicos y alimentos infantiles. En ese mismo año, Almarai Co adquirió completamente la Hail Agricultural     Development Cooperation, que había adquirido más de 9.000 hectáreas en Sudán para el cultivo de maíz y trigo.

- Foras International Investment Co, sita en la ciudad saudí de Jeddah, es el brazo inversor de la Organización de la Cooperación Islámica, cuyos principales accionistas son el Banco Islámico de Desarrollo y otros conglomerados del Golfo, como el Grupo Bin Laden. Este grupo está actualmente presidido por el ingeniero Bakr Bin Mohammed Binladin, último heredero de una empresa fundada en 1932, durante los primeros años de existencia del reino de los Saúd, y cuya trayectoria ha ido de la mano de la evolución económica y política del reino saudí. Tanto es así, que uno de sus proyectos es la ampliación de la Santa Mezquita de La Meca. La Foras International Co ha invertido 200 millones de dólares en la adquisición de 126.000 ha para el cultivo de cereales en Sudán.    

- National Agricutlural Development Co (NADEC), empresa agroalimentaria saudí que en los últimos años ha procedido a invertir en proyectos agrícolas en el extranjero. Su presidente es Sulaiman Abdul Aziz Ar-Rajhi, a su vez presidente de uno de los mayores bancos islámicos del mundo en términos de capital, el Al-Rajhi Bank. Otro de sus principales inversores es el ministro saudí de Economía, Ibrahim Ben Abd Al-Aziz Al-Asaf, que dirige el Fondo de Inversiones Públicas saudí. El grupo anunció en febrero de 2010 la adquisición de 42.000 ha en la provincia de Nilo Azul.

Aun no siendo abultada la lista de land grabbers saudíes, los datos aquí expuestos muestran la existencia de unas ligazones económicas entre Arabia Saudí y Sudán fraguadas bajo la aprobación de las cúpulas dirigentes de ambos estados, un baluarte de la economía como método de eficacia comprobada para, si no la superación, sí la elusión de diferencias de diversa naturaleza. En este sentido, las conexiones económicas veladas entre los dos países representan una prueba irrefutable de cuanto afirmado en estas líneas.

El caso de Arabia Saudí no es el único. Otras naciones con posturas igualmente antagónicas hacia Sudán en el plano político han realizado ingentes inversiones en cultivos en el país. Los Emiratos Árabes Unidos, detractores de los Hermanos Musulmanes y fieles cumplidores de las directrices saudíes –remontémonos al retiro de los embajadores saudí, bahreiní y emiratí de Catar el pasado mes de febrero- habían adquirido más de dos millones de hectáreas de terrenos cultivables en Sudán hacia principios de 2012 a través de entes financieros y de cooperación, pero la cantidad de empresas implicadas y la complejidad de las redes personales ocultas obligan a postergar su tratamiento en otro momento. No deja de ser cierto, sin embargo, que la política exterior de los EUA se caracteriza por el uso casi exclusivo del soft power económico, estrategia que no dista mucho de la adoptada por China en el continente africano, obviando las diferencias en cuanto a la notoriedad y relevancia política de ambas naciones. Una vez aclarado este punto, las inversiones de los EUA en Sudán parecen, al menos a priori, hallarse en armonía con su política exterior.

Los medios de comunicación regionales se han hecho eco del impacto de la disonancia entre la política exterior superficial y la profunda, donde la economía y las relaciones interpersonales llevan la batuta. En enero de 2013, el ministro de inversiones, Mustafá Ozmán Ismaíl, se vio obligado a justificar la venta de tierras sudanesas a países del Golfo Pérsico, anunciando la aprobación de una ley de inversiones que permitirá la posesión de tierras sudanesas por parte de actores extranjeros bajo criterios relacionados con la seriedad del inversor, el tiempo de explotación y el volumen de la inversión. Sin embargo, la polémica ya ha traspasado las puertas de despachos de asesores gubernamentales y se ha instalado en la calle.


 
Desde ese momento, las noticias sobre las ventas de tierras no han dejado de sucederse. Parece que el gobierno sudanés  no está dispuesto a renunciar a unos ingresos muy rentables con los que compensar las pérdidas derivadas de la independencia del sur en el sector de los hidrocarburos. Los países del Golfo están ávidos de tierras cultivables que garanticen su seguridad alimentaria, y en Sudán encuentran un escenario más que propicio no sólo por la oferta en tierras, sino por los bajos costes logísticos que conlleva la cercanía de Sudán a la Península Arábiga.

La cuestión, que sólo el tiempo dilucidará, es si el potencial de Sudán como destino de inversiones de este tipo será el germen de una redefinición de su política exterior respecto a Arabia Saudí y a los países del Golfo en su conjunto. Lo cierto es que el aumento de la interdependencia económica hará cada vez más ardua la separación entre política exterior formal e informal, y ello tendrá innegables repercusiones en las redes internacionales del país. Si bien los proficuos ingresos de esta nueva “especialidad a la carta” del sector primario sudanés podrían impulsar el desarrollo nacional, también es cierto que una cantidad creciente de territorios fértiles en manos foráneas podría comprometer la seguridad alimentaria de Sudán, por no hablar de la baza de la que dispondrían dichas manos en eventuales conflictos con colectivos sudaneses.

Sea como fuere, ésta es sólo una de tantas pruebas que demuestran que la economía es un vector político más allá de los límites del narcisista “primer” mundo. Otra cosa bien diferente es que tal subyugación al factor económico presente un índice de impacto mucho mayor cuando proviene de países a los que tradicionalmente se los ha considerado privados de capacidad de raciocinio. Los occidentales no somos los únicos que sabemos dejar a un lado las diferencias cuando suena la pecunia… No aceptarlo sólo llevará a más embestidas a ciegas contra el muro que aún, infelizmente, siguen suponiendo las fronteras interculturales.

 25 de mayo de 2014



    


















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