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Observatorio PSyD

El observatorio opina

1 de Febrero de 2017

POTUS y el «botón rojo»

Raúl C. Cancio Fernández
Académico Correspondiente Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
Doctor en Derecho
Letrado del Tribunal Supremo

El pasado mes de junio, en la localidad californiana de San Diego y durante un acto de la campaña presidencial, la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, se preguntaba retóricamente: «¿Queremos su dedo cerca del botón?», siendo, huelga decirlo,  ese «dedo» el de Donald Trump y ese «botón» el interruptor nuclear.

Aun enmarcando estas referencias en el comprensible marco dialéctico de una campaña electoral, lo cierto es que la senadora Clinton tenía motivos más que suficientes para albergar cierta preocupación ante una posible alineación de aquel dedo y ese pulsador, no en vano, el candidato republicano, durante su campaña y en relación con su estrategia nuclear, había dicho, entre otras cosas, frases como estas: «¿Si alguien del ISIS nos golpea, no podemos responderle con armas nucleares?», «¿Si las tenemos, por qué no podemos usarlas?» «Mi principal consejero soy yo mismo» o «Yo no quiero más armas nucleares, pero el mundo sería mejor si Japón, Corea del Sur o Arabia Saudí las tuvieran».

Una vez el presidente electo haya cumplimentado lo previsto en el Artículo II, Sección Primera, Clausula 8 de la Constitución de los Estados Unidos ante el Presidente del Tribunal Supremo, desde ese mismo instante, y durante todo su mandato, un oficial de las fuerzas armadas, armado y portando un maletín negro asido a su muñeca, dejará de ser la sombra del presidente saliente y lo será del entrante –y del desginated survivor, en su caso-  allá donde esté, salvo cuando se halle en el interior de la Casa Blanca. Resulta lógica está proximidad cuasi-paranoica, pues ese maletín es la manifestación física del poder nuclear que, en exclusiva, ostenta el presidente de los Estados Unidos (POTUS [se citan, a partir de ahora, todas las siglas en inglés])  desde su investidura.

No es mi intención conjeturar acerca del grado de cumplimiento del programa electoral del candidato ganador ni sobre la doctrina nuclear de su ideario político.  El análisis que propongo es mucho más modesto pero, estimo, considerablemente más esclarecedor: ¿cuál es el protocolo previsto para iniciar un ataque con armas nucleares en los Estados Unidos? ¿Es una decisión unilateral del POTUS o exige un acuerdo colegiado? ¿Existen vetos frente a decisiones palmariamente irrazonables? ¿Qué ocurre en caso de quiebra de la línea de mando?

Como primera premisa en un terreno especialmente vulnerable a la demagogia o a la mitología política, debe señalarse que no existe ningún «botón rojo» como tal, cuya mera interrupción por el presidente desencadene el Armagedón. No lo hay, ni lo ha habido nunca. Lo que hay es un complicado sistema de verificaciones, códigos, comunicaciones blindadas y línea de mando milimétricamente diseñado y estandarizado.

Para comprender este «mecanismo nuclear» deberíamos diferenciar entre las personas físicas implicadas en la liturgia atómica, lo elementos puramente físicos e instrumentales y las estructuras encargadas de articular y transmitir la decisión presidencial.

Comenzando por el factor humano, y de conformidad con el  Artículo II, Sección 2, Clausula 1 de la Constitución de los Estados Unidos, POTUS es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y única persona autorizada para ordenar un ataque con armas nucleares. Esa exclusividad ejecutiva no obsta que el sistema requiera, ineluctablemente, la intervención inmediata y mediata de dos individuos más: el Secretario de Estado de Defensa (SecDef) y el Presidente del Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos (CJCS).

En cuanto a los organismos encargados de articular, verificar e implementar la decisión, deben citarse aquí a la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), la Autoridad del Mando Nacional (NCA), el Centro Nacional de Mando Militar (NMCC), el Estado Mayor Conjunto (JCS), el Mando Estratégico de los Estados Unidos (USSC) y el Take Charge and Move Out (TACAMO).

Y finalmente, los instrumentos y medios materiales y personales necesarios para adoptar y transmitir la orden de ataque: la Cartera de Emergencia del Presidente (con su umbilical portador) y los Códigos Dorados.

Empecemos por estos últimos. La decisión de que POTUS disponga en todo momento de los mecanismo técnicos –salvo cuando se encuentre en la Casa Blanca, donde operaría desde la JFK Conference Room del sótano del Ala Oeste, en la Joint War Room del Pentágono, o en el Site R de Raven Rock - que le permitan iniciar un ataque nuclear data de la presidencia de Eisenhower, aunque fue tras la Crisis de los Misiles Cubanos, cuando Kennedy consideró imprescindible para la seguridad nacional que el comandante en jefe de las fuerzas armadas de los Estados Unidos pudiera, en cualquier momento y el cualquier ubicación, impartir instrucciones ejecutivas y que éstas fuesen verificadas de manera inmediata y segura. La primera imagen de un ayudante militar del POTUS portando el maletín nuclear fue tomada el 10 de mayo de 1963, en la residencia veraniega de Hyannis Port, Massachusetts.

Para ello, se dispuso un maletín –«Nuclear Football», así llamado por el término Dropkick (tipo de jugada del futbol americano,) nombre en clave del plan de guerra nuclear diseñado por el SecDef en la administración Kennedy, Robert S. Macnamara-, en cuyo interior consta un sistema de comunicaciones presumiblemente vía satélite; un libro negro de páginas impresas en negro y rojo que contienen las opciones de represalia (asignación de blancos) y sus códigos; un cuaderno con un listado de localizaciones donde el presidente puede acudir en situación de emergencia; una carpeta con ocho o diez páginas grapadas que contienen instrucciones para el Sistema de Alerta de Emergencia, y una tarjeta tamaño aproximado DIN A4 con códigos de autenticación.  Actualmente, este maletín es un modelo modificado de aluminio fabricado por Zero-Halliburton y recubierto por una funda de cuero negro, con un peso aproximado de veinte kilos. Y ello a pesar de que Jimmy Carter, quien había servido como comandante de un submarino nuclear y era por tanto consciente de que en caso de ataque nuclear solo dispondría de unos minutos para decidir una respuesta armada, redujo drásticamente la extensión del Black Book,  simplificando las opciones de respuesta que quedaron condensadas en una cartulina-menú con las alternativas predeterminadas de represalia.  

Como se indicaba más arriba, ese maletín es una extensión del brazo de un oficial de cada una de las cinco ramas de servicio (Army, Navy, Air Force, Coast Guard y Marine Corps) con rango mínimo de major –comandante-, que irá rotando en una secuencia calificada de alto secreto, y cuya selección ha sido precedida del más riguroso, exigente y exhaustivo protocolo de investigación y verificación de antecedentes de toda la Administración, el conocido como Yankee White en su categoría 1. Su función primordial es, lógicamente custodiar el maletín y, singularmente, estar en condiciones de ponerlo a disposición del POTUS en el más breve lapso de tiempo posible, de ahí su inquietante presencia siempre a escasos metros de él en la calle, en el Air Force One, en el Marine One, en el First Car o donde sea (incluso en la Plaza Roja de Moscú, como atestigua la fotografía del viaje de Reagan a la URSS en 1988)



Junto al maletín, POTUS recibirá inmediatamente antes de su toma de posesión, un dossier secreto sobre el contenido del referido Black Book.  En el mismo  Inauguration Day, y de mano de Barack Obama, el menú de opciones del plan de guerra nuclear y una tarjeta del tamaño de una American Express, denominada coloquialmente biscuit (galleta), protegida por una cubierta de plástico opaca que debe romperse en dos para poder leer los Golden Codes o códigos de lanzamiento de un ataque nuclear generados por la NSA y que distribuye a la Casa Blanca, al Pentágono, al USSC y a TACAMO. La tarjeta, que debe estar siempre en poder del Presidente, ha sufrido diferentes vicisitudes a lo largo de la historia. Verbigracia, el 30 de marzo de 1981, cuando John Hinckley, Jr. disparó contra Ronald Reagan a las puertas del Hotel Hilton de Washington D.C. En el caos que siguió al tiroteo, el portador del maletín fue separado del presidente y no le acompañó al hospital de la Universidad George Washington. Cuando Reagan fue desvestido para trasladarlo al quirófano, la «galleta» no estaba entre sus pertenencias, siendo encontrada más tarde en el interior de una bolsa de plástico. Aunque mucho más preocupante fue la desaparición de los códigos durante meses siendo inquilino de la Casa Blanca Bill Clinton. Según el general Hugh Shelton, a la sazón Presidente del Estado Mayor Conjunto en ese momento, tras el escándalo del asunto Lewinsky, el POTUS no recordaba donde dejo la tarjeta…

Bien, el presidente dispone ya de los medios técnicos y de los códigos de validación ¿cuál es el protocolo previsto? En primer lugar, obviamente, instar a su asistente militar a que abra el maletín mediante la oportuna combinación secreta. Ello generará automáticamente una señal de alerta que será recibida en la Junta de Jefes de Estado del Pentágono. A continuación, POTUS revisará con su ayudante las opciones de represalia o ataque preestablecidos en el OPLAN 8010 - Major Attack Options (MAOs), Selected Attack Options (SAOs), o Limited Attack Options (LAOs)- y, aunque el presidente es el único individuo legalmente autorizado para ordenar el uso de armas nucleares, sin embargo, en este caso se aplica la «Regla de los Dos Hombres», con la asistencia del SecDef quien, junto con POTUS, configuran la NCA, última fuente legal de órdenes militares, quienes deben autenticar conjuntamente la orden de utilizar armas nucleares al CJCS a través del NMCC, por medio de los Golden Codes de la «galleta». Una vez verificada la identidad del ordenante, el CJS trasmitirá la orden a través del teléfono de color amarillo de la Red de Alerta de Jefes de Estado Mayor Conjunto, que vincula directamente al NMCC con el Cuartel General de Mando Estratégico de Estados Unidos en la Base Aérea de Offutt en Nebraska, desde donde se impartirán las ordenes de lanzamiento a la unidad más apropiada para el despliegue nuclear.

Adviértase que el SecDef debe intervenir en la verificación de la orden, pero carece de derecho de veto de la misma ¿esto significa que POTUS ostenta la absoluta soberanía sobre el mal llamado botón rojo? Puede decirse que casi en su totalidad. No obstante, el siempre ponderado sistema constitucional norteamericano, trufado de pesos y contrapesos, deja un resquicio abierto en la Sección 4 de la 25ª Enmienda de la Constitución, que habilita al vicepresidente, junto con la mayoría de los miembros del gabinete o del Congreso, a declarar al POTUS incapacitado para cumplir con sus deberes. En este sentido, si se considera que una orden de lanzamiento carece de fundamento, sería motivo para invocar la sección 4 de la 25ª Enmienda, no estando obligados los mandos militares a cumplir una orden que viola la ley, incluso si eso significa desafiar una orden presidencial.

En conclusión, debería rechazarse por caricaturesca esa imagen de un POTUS con los pies sobre la mesa del Despacho Oval y un joystick en la mano, sopesando lanzar o no un ataque nuclear. La cosa es mucho más compleja y, afortunadamente, sujeta a unos severísimos protocolos absolutamente inmunes al temperamento más o  menos estable de su comandante en jefe.

1 de febrero de 2017















      


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