Cátedra Paz, Seguridad y Defensa

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Observatorio PSyD

El observatorio opina

7 de Octubre de 2013

¿Por qué estamos fuera de España?

Carlos Calvo González-Regueral
Coronel de Infantería DEM

Con frecuencia aparecen opiniones sobre la conveniencia de la participación de las Fuerzas Armadas españolas en misiones en el exterior y se plantean dudas sobre su utilidad. Muchos españoles, y también los participantes en misiones exteriores se han preguntado alguna vez: ¿qué hacemos allí, porqué y para qué? Esta cuestión se plantea actualmente, cuando las Unidades españolas se repliegan de Afganistán, una vez cumplida su misión.

El caso de Bosnia - Herzegovina puede resultar paradigmático. La frustración se produce cuando después de muchos sacrificios en esas tierras, España estuvo casi ausente en la ceremonia de inauguración del puente de Mostar reconstruido, donde sin embargo hubo profusión de banderas francesas. La presencia empresarial española en la reconstrucción del país ha sido casi testimonial. Todo ello pese al excelente recuerdo dejado allí por nuestras tropas y cooperantes.

Este caso es solo uno de tantos. ¿Qué pasa en Afganistán? Las Fuerzas Armadas participan en misiones en el exterior siguiendo las directrices políticas del  gobierno. No puede ser de otra manera. El problema es si realmente los objetivos políticos están claramente determinados y las operaciones militares no se convierten en acciones sin continuidad a cargo de otros pilares de la acción estratégica.

En fin, lo que parece plantearse son cuestiones que pudieran ser de mayor calado. En primer lugar aparece una de carácter que podemos denominar social y relacionada con la opinión de la sociedad española sobre la Defensa Nacional  y más concretamente sobre su componente militar. En términos que podrían ser más familiares, de lo que se ha denominado como nivel de ‘cultura de defensa’ de la sociedad española.

Por otro lado se nos presenta otro aspecto de carácter estratégico. Las decisiones políticas que han llevado a proyectar nuestras Fuerzas Armadas hacia el exterior respondían a determinadas finalidades. Sin duda una de ellas fue ‘sacar a los militares de los cuarteles’. Sin embargo, la evolución de nuestros Ejércitos con el paso del tiempo obligaría, una vez esa finalidad se ha cumplido, a establecer otros fines políticos no relacionados exclusivamente con las Fuerzas Armadas. En este sentido, si el fin político es reforzar el papel e influencia de España en el exterior, la estrategia planteada no debe limitarse a una mera presencia de personal o unidades militares en operaciones u organizaciones internacionales, sino que debe acompañarse y coordinarse con otro tipo de acciones que aprovechen las oportunidades abiertas por la acción de nuestras tropas.

Cuando a finales de la década de los 80 el Gobierno decidió el envío de personal militar a misiones de Naciones Unidas una de las finalidades perseguidas era cambiar la mentalidad de las Fuerzas Armadas para que pasasen de unos Ejércitos centrados en misiones clásicas (defensa de la integridad territorial frente a agresiones exteriores) a otros con mentalidad de proyección exterior.

Pero también se trataba de cambiar la percepción de la sociedad sobre sus Ejércitos. A pesar de los esfuerzos realizados por el Ministerio de Defensa y las Fuerzas Armadas para proyectar una imagen más acorde con la realidad y mostrar a los españoles el papel que los Ejércitos deben jugar en una sociedad moderna, la defensa parecía una cuestión exclusiva de los militares y la sociedad no percibía beneficios de la proyección militar en el exterior.

Esa falta de conciencia de defensa se puso de manifiesto con las imágenes de despedida de las dotaciones de los barcos que se enviaron a participar en las operaciones de la primera guerra del Golfo. Se insistió en asegurar que las Unidades españolas no participarían en acciones de combate. La sociedad española permaneció ignorante del apoyo, importante por otro lado, ofrecido desde España a las Fuerzas de Estados Unidos que actuaban sobre el teatro de operaciones.

La participación posterior de unidades militares del Ejército de Tierra en Bosnia – Herzegovina envió también un mensaje equívoco. Se trataba de la primera participación de una unidad militar en el exterior en mucho tiempo y produjo un salto cualitativo que se limitó desde el inicio puesto que se prohibió la participación en las Unidades de personal de reemplazo. A pesar de que el reconocimiento social fue evidente, como demuestra la concesión del Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional a los militares españoles que participaron en la operación durante 1993, y de que la imagen de las Fuerzas Armadas mejoró considerablemente, la sociedad siguió percibiendo, en términos generales, que la participación en operaciones era en interés exclusivo de los militares o simplemente por razones estrictamente humanitarias, muy filantrópicas y loables, pero que ignoran la realidad del mundo en que vivimos.

En 1996 las Fuerzas Armadas están plenamente inmersas en operaciones exteriores, gran número de sus cuadros de mando ya tienen una experiencia internacional importante, pero la sociedad no se siente implicada en las actividades de las Fuerzas Armadas en el exterior. Políticamente se determina que ha llegado la hora de actuar sobre el ‘fomento de la cultura de defensa’ para que la sociedad española tome conciencia de que ‘la defensa es cosa de todos’ pero también permitir dar un paso adelante: la participación de Unidades militares en operaciones de combate a la vez que se plantea una estrategia global para alcanzar los intereses nacionales establecidos por el poder político.

Kosovo representa una oportunidad para participar en una operación liderada por la Alianza Atlántica y origina la primera acción militar de esa organización en su historia cuando su Secretario General es un español. Sin embargo, la opinión pública percibe Kosovo como una operación de ‘injerencia humanitaria’ que tiene todas las bendiciones de lo políticamente correcto a pesar de que ni los objetivos políticos de la comunidad internacional estén claramente definidos, ni, por supuesto, la participación española se realice tras un análisis de los intereses nacionales en esa zona que tiene unas peculiaridades muy específicas. Pero posiblemente en ese momento, 1999, había que estar allí.

Unos años después llega Irak. Se ha criticado enormemente la decisión de participar en las operaciones de la coalición. Muchos han sido los errores denunciados por distintos sectores sobre esa decisión que no entraremos a valorar. Solo nos interesa mencionar lo que pudo ser un grave error de análisis sobre la reacción de la sociedad española al envío de tropas a una zona de conflicto. No se valoró el nivel de madurez de la sociedad española para aceptar la participación de nuestras Unidades en operaciones de combate y aceptar que algunos compatriotas, podrían morir en defensa de nuestros valores, y también de nuestros intereses, no lo olvidemos.

En el caso de Irak, los mensajes enviados fueron también equívocos frente a una opinión pública, posiblemente manipulada, pero consciente del riesgo real que implicaba para nuestros soldados la presencia en zona de operaciones, y que, al menos en parte, no se identificaba con los objetivos políticos de la intervención. Determinados gestos contribuyeron a deformar la opinión de los españoles frente al conflicto. Como aspecto positivo hay que citar que por primera vez se había creado un Comisionado nacional para coordinar las actividades de los distintos agentes españoles presentes en la zona para obtener el mayor beneficio posible en el escenario de posguerra. Desde un punto de vista estratégico los objetivos establecidos iban mas allá de la mera participación militar y se estaba coordinando la actuación de distintos Ministerios con una perspectiva a largo plazo.

La falta de conciencia de defensa se mostró patente tras el 11-M. Las diferencias con las reacciones de la sociedad norteamericana tras el 11-S o de la sociedad británica tras los atentados del metro de Londres son claras. Pero no olvidemos tampoco que en ambos casos se trata de sociedades con un nivel de ‘cultura de defensa’ muy superior al nuestro y con una tradición histórica radicalmente diferente.

Lo que se plantea no sólo es una percepción sobre la defensa, sino el debate sobre los sacrificios que una sociedad como la nuestra está dispuesta a asumir para defender unos determinados principios. Claro que contemplar la paz como un valor absoluto nos esta llevando a asumir que no hay nada por encima de ella y que la defensa de otros valores, como la libertad o la justicia, están siempre supeditados a esa tan cacareada paz. El slogan de la guerra fría de “mejor rojo que muerto” se ha transformado y no estamos dispuestos a defender ningún valor si eso impone sacrificios.

Pero además, desde el punto de vista de los objetivos e intereses nacionales, pensamos que no se ha rentabilizado la presencia militar española en los diferentes teatros de operaciones durante los últimos años. Para las FAS las ventajas han sido indudables, pero ¿hemos aprovechado suficientemente su esfuerzo potenciando el papel de España en el exterior? Y esto no debe valorarse exclusivamente en términos económicos sino también en términos de influencia en la esfera internacional.

En el momento en el que nos estamos replegando de Afganistán la cuestión surge de nuevo. La actuación de nuestros soldados en la zona de despliegue ha sido calificada de sobresaliente. Pero ¿qué influencia o presencia tendrá España en Afganistán una vez que los militares hayan dejado el terreno?

Para los militares el regreso de los teatros de operaciones exteriores plantea, además, una cuestión de carácter moral. Los que pasamos de un Ejército anclado en territorio nacional a otro con vocación exterior teníamos una ilusión por sentirnos realmente útiles. Los cuadros y soldados que ahora regresan y perciben un horizonte profesional más anclado a la vida en guarnición están recorriendo el camino inverso, con todo lo que ello conlleva desde el punto de vista moral. El riesgo está, no sólo en el interior de las Fuerzas Armadas, sino en que la sociedad podrá dejar de percibir que sus Ejércitos son realmente útiles para defender sus valores, proyectar la imagen de España en el exterior y llevar prosperidad tanto a las zonas de conflicto como a los propios españoles.

Madrid, 7 de octubre de 2013.

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