12 de Diciembre de 2012
La crisis en la política exterior y la política de seguridad de la Unión Europea
GD Juan A. Moliner González
Director Gabinete Técnico SEGENPOL
La progresiva puesta en funcionamiento de las instituciones europeas ha sido el proyecto político y por tanto humano más esperanzador desde el final de la II Guerra Mundial, tanto en su desarrollo como en su objetivo final, y en estos momentos se encuentra inmerso en una crisis que podría, dicen algunos, acabar con la propia Unión Europea.
La integración llevada a cabo entre 27 países, casi 28, y el grado de cohesión alcanzado podrían desaparecer. Un resultado posible quizá llevaría a la existencia de dos Europas, una solvente económicamente y dispuesta a seguir en la senda del desarrollo; otra, insolvente y con sus países deshaciéndose social y políticamente.
La cesión de soberanía de los pueblos, de cada pueblo, en el desarrollo de la UE, que se ha ido otorgando en aras de una comunidad europea que fue capaz no solo de poner fin a un tremendo ciclo de violencia en suelo europeo, sino de levantar un proyecto esencial para la consolidación de la democracia, la justicia y la libertad, parece que ya no da más de sí.
La tesis pesimista del futuro europeo se apoyaría en la idea de que la solidaridad y el compromiso común en el desarrollo del ser humano, que hasta ahora han mostrado los pueblos europeos, no alcanza para más e imposibilita avanzar en la construcción de un futuro para una auténtica Unión política.
La aspiración kantiana de un Estado jurídicamente establecido sobre una Constitución democrática basada en la igualdad y la libertad, que en la UE ha alejado hasta ahora la posibilidad de la guerra entre sus miembros (no del conflicto que siempre existe, por ejemplo España y Reino Unido en relación con Gibraltar, pero esos conflictos se resuelven pacíficamente) y ha aspirado en política exterior al desarrollo de una política de seguridad que promueva el orden y la paz mundial, podría estar en trance de fracasar.
Y esta desilusión política que produce la crisis actual, la mayor que ha visto Europa en varias generaciones, en principio causada por razones económicas y financieras, amenaza con una parálisis de las únicas acciones que pueden revertir la situación: las políticas, entendidas en su dimensión de toma de decisiones para organizar la vida social de los seres humanos sobre la base de una seguridad compartida.
Una progresiva pérdida de popularidad de la idea de Europa ante las propias poblaciones, está llevando, aparentemente, a la pérdida de legitimidad de las instituciones políticas europeas que hasta ahora han dirigido el proyecto europeo.
La motivación que ha llevado a sentar las bases de una Unión Europea que pusiera fin a las guerras internas europeas, además de avanzar en el desarrollo de los ciudadanos europeos, ha sido enorme, pero parece como si esa motivación ya no diera más de sí.
Habría que buscar otra y aquí encuentra su sitio la tesis optimista del futuro de Europa. Al reflexionar sobre el riesgo para el deterioro de la paz social que se empieza a entrever en algunas sociedades europeas y que a largo plazo podría extenderse al deterioro de la armonía y la Paz entre los Estados, al pensar que la crisis del proyecto europeo puede significar la crisis de la civilización europea y occidental, y por tanto desembocar en la eliminación de los valores esenciales que sustentan nuestra convivencia, hemos de caer en la cuenta que esta Unión, algo más que una simple asociación entre Estados, ha llevado a muchos seres humanos a las más altas cotas de desarrollo moral y científico.
El establecimiento de un proyecto que no solo ha traído la Paz entre las naciones, sino una comunidad de valores en los que ha avanzado la “fuerza civilizadora del Derecho democráticamente establecido”, en palabras de Habermas, debe infundir ánimo para pensar en que una Unión, que se ha hecho recientemente acreedora al premio Nobel de la Paz, aún tiene un futuro por delante de esfuerzo y optimismo.
Se propugna, en consecuencia, la necesidad de mantener y profundizar en una Unión Europea, cuyo papel civilizador ha permitido superar los efectos traumáticos de la II Guerra Mundial, así como evitar la posibilidad de una nueva. Una Unión que continúe haciendo de la democracia el instrumento legítimo que no solo puede, sino que debe ser exportado a todos los seres humanos en nuestro mundo global.
Para que uno de los pilares en que se ha basado el proyecto de esa Europa ahora en crisis, la Política Exterior y de Seguridad Común y su subsidiaria Política Común de Seguridad y Defensa, continúe permitiendo que Europa proyecte su influencia y profundizando en el modelo que siempre se ha visto como ejemplo de desarrollo humano, espacio de respeto y defensa de derechos humanos y democracia liberal, es necesario más que nunca que los líderes europeos contemplen, con ánimo optimista y esperanzado, un amplio catálogo de acciones a desarrollar.
Entre ellas, y la lista no es exhaustiva, se encuentran:
- preparar e implementar decididamente una Estrategia Europea que defina en este emergente orden mundial los intereses y valores de “todos” los europeos, que profundice en el sentido de considerar a Europa una comunidad de destino, y que ponga en marcha la amplia panoplia de instrumentos que tiene la UE para defender y promover los mismos.
- Aclarar la coordinación de esfuerzos a realizar con nuestros aliados al otro lado del Atlántico a través de la OTAN.
- Afrontar el histórico rechazo psicosocial europeo al “hard power” y a los elementos más coercitivos a disposición de la PCSD.
- Dejar de lado cuantas dudas se puedan tener y poner en valor los propios valores éticos y políticos que sustentan el pleno respeto a los derechos humanos y la democracia, y plantear su promoción decidida fuera de las fronteras europeas.
Para todo esto tenemos un instrumento en Europa que ofrece enormes oportunidades, el Tratado de Lisboa. Avanzar en el mismo en todo lo referente a la política exterior y la política común de seguridad y defensa, contribuiría muy posiblemente a superar la crisis, incluyendo el aspecto económico, en que hoy se ve atrapada la Unión Europea.
Y contribuiría, sobre todo, a que Europa siga siendo una poderosa fuente de inspiración para muchas personas alrededor del mundo y ejemplo de desarrollo del ser humano, de la permanente búsqueda de un sistema social justo y del valor de la paz.
Madrid 12 de diciembre de 2012
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