Cátedra Paz, Seguridad y Defensa

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Observatorio PSyD

El observatorio opina

10 de Julio de 2013

Golpes de estado democráticos o el oxímoron como forma de gobierno

Dr. Raúl César Cancio Fernández
Letrado del Tribunal Supremo


Es hielo abrasador,
es fuego helado,
es herida, que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado  
Sonetos. Francisco de Quevedo

Permítanme que, al inicio de esta entrada, les proponga un juego trivial. A continuación obran dos extractos, uno de ellos redactado en este mismo mes de julio de 2013 y otro, allá por 1933. Les invito a que descubran la data de cada uno de ellos:

“(…)  Pero además, y es aquí donde surge el ejército como último dique ante el desastre, el enfrentamiento civil era inminente e imparable sin intervención militar. Y no era ni mucho menos un clima artificial creado por los militares con este pretexto de intervenir. Sino la clara cristalización de dos mitades profunda y esencialmente enfrentadas. La tragedia sangrienta en las calles no era una hipótesis ya, sino previsto programa. Por todo ello, esta intervención militar tiene un inmenso significado para toda la región (…). Que no cabe la perversión de llegar con la democracia al poder para abolirla.”

“Si el poder público, desatendiendo el bien general, sólo se cuida del provecho propio (…) si nadie goza de seguridad y todo es incierto, porque no es la justicia la que rige, sino el capricho y la divinidad del que manda (…) entonces el poder público se convierte en tiránico, el cual no sólo se puede, sino que se debe derrocar, y, por doble motivo, si a esta ilegitimidad de ejercicio se agrega la de origen (…) en este caso la resistencia al Poder no sólo no es sedición ni rebeldía, sino que es un deber”.

Las analogías -¡incluso en el estilo literario!– entre los dos textos ponen de manifiesto la alarmante esclerosis que sufre el pensamiento político en cuanto a la catalogación de lo que es o no es un golpe de estado. Ya habrán adivinado que el primero de los textos se corresponde con la columna publicada el pasado día cinco de julio en el diario ABC por Hermann Tertsch, en la que se justificaba la “intervención militar “en Egipto, mientras que el segundo extracto forma parte del artículo publicado en el nº 34 (agosto de 1933) de la revista Acción Española en el que el clérigo Pablo León Murciego exponía la doctrina tomista sobre las condiciones que se deben cumplir para que un católico pudiera levantarse contra un tirano, en el marco de la campaña para legitimar el derecho a la rebeldía contra el régimen republicano.

Los recientes acontecimientos en el país de los faraones pone de manifiesto una vez más esa mezcla de hipocresía e infantilismo tan propia de las sociedades occidentales. La Casa Blanca y el resto de cancillerías europeas huyen como del diablo de pronunciar términos como “coup d’etat” o “putsch”, optando por manejar los desvaídos sintagmas de “intervención militar”, “situación de inestabilidad”, “tensiones internas”, “necesidad de  recomponer la hoja de ruta” es decir, bullshit, el neolenguaje tan de moda hoy en día. Nuestro ministro de Asuntos Exteriores ha dicho que el golpe de Estado “no es un golpe de Estado clásico” pues, arguye, cuenta con el apoyo de estamentos más amplios que el militar, muy en la línea por cierto del pensamiento (sic) sanjurjeño, forjador del conocido como “golpe de veto”, protagonizado por pretorianos moderadores que ejercitan un control sobre un variado tipo de decisiones gubernamentales sin asumir por si mismos el control del poder. Exactamente el itinerario diseñado por el general al Sisi, que tras elevar a la jefatura del Estado al que fuere presidente del Tribunal Constitucional, Adli Mansur, ya ha nombrado a Hazem el Beblawi, exministro de Finanzas, como primer ministro. 

El maniqueísmo sobre esta cuestión ha llegado al punto de distinguir entre golpes malos y golpes buenos (Portugal, Turquía, Pakistán…) o, elevar el oxímoron a la categoría de arte, cuando se contemplan los presupuestos que deben concurrir en un golpe de estado para calificarlo como… ¡democrático! (Ozan Varol, Lewis&Clark Law School). Por último, los hay que, ni cortos ni perezosos, directamente anhelan con que Egipto encuentre un Pinochet que ponga el país en orden y lo deje expedito para el advenimiento de una emergente democracia: “Egyptians would be lucky if their new ruling generals turn out to be in the mold of Chile's Augusto Pinochet, who took power amid chaos but hired free-market reformers and midwifed a transition to democracy. If General Sisi merely tries to restore the old Mubarak order, he will eventually suffer Mr. Morsi's fate”  (Editorial del Wall Street Journal, 4 de Julio de 2013).

Si atendemos a la definición que de golpe de estado nos facilita el Profesor Jesús de Andrés, del Departamento de Ciencia Política de la UNED, (“El voto de las armas: golpes de Estado en el sistema internacional a lo largo del siglo XX”, Catarata, 2000): 

“un golpe de Estado consiste en la alteración o destrucción del orden político por parte de las élites o de determinados cuerpos de la Administración, generalmente las fuerzas armadas; con el fin de conquistar el poder, controlarlo para permanecer en él, dirimir rivalidades o alejar y excluir a determinados grupos; recurriendo, tras una fase conspirativa y secreta, a la violencia o a la amenaza de su utilización; y suponiendo una ruptura de la legalidad que implica, en caso de éxito, cambios en las personas, políticas o normativa legal o, en caso de fracaso, modificaciones de diverso calado en el ritmo político”.

resulta diáfano que lo acontecido en Egipto ha sido un golpe de estado arquetípico. Y ello por mucho  que las inmaduras democracias occidentales, que tan alborozadas saludaban el advenimiento de la Primavera Árabe, se echen las manos a la cabeza cuando el resultado de unas elecciones no se ajusta al escenario que tenían previsto. Ya, es que en democracia la gente vota.  Y, por favor, no ofendan nuestra inteligencia con el argumento de que no cabe utilizar la democracia para alcanzar el poder para luego abolirla desde aquel. Eso no pasó en España en 1931, ni en Chile en 1970 ni, desde luego, con el gabinete de Morsi en Egipto. En cuanto al manoseado y falaz argumentario de que también al NSPD le votaron masivamente en las elecciones parlamentarias del 5 de marzo de 1933,  lo cierto es que, desde el Decreto del incendio del Reichstag de 28  de febrero de 1933, Alemania no era ya una democracia.

Justificar un golpe de estado carece de sentido desde cualquier punto de vista ¿con qué legitimidad se les va a pedir ahora a  los Hermanos Musulmanes que abandonen la violencia y se integren en estructuras democráticas cuando, tras haber ganado las elecciones, son desalojados violentamente del poder por el Ejército? ¿merece la pena seguir participando en un juego democrático en el que nunca van a permitir que ganes?

En conclusión, no hay golpes de estado malos y buenos. Los hay sanguinarios (Franco), monárquicos (Primo de Rivera), ineluctables (von Stauffenberg), revolucionarios (Castro), chapuceros (Tejero) o del pueblo, como lo define la periodista egipcia Sara Khorshid: “Yes, this is a military coup. But without people power, no change could have taken place” (New York Times, 4 de julio de 2013), pero todos tienen en común la trasgresión traumática de la legalidad vigente. Si en verdad se quiere consolidar los sistemas democráticos en los países del norte de África y de Oriente Medio, no caben atajos para ello. Si, por el contrario, lo que se pretende en realidad es seguir interviniendo en esas incipientes democracias mediante gobiernos títeres no elegidos democráticamente, entonces sigamos por este camino, que siempre habrá un espadón con un pueblo detrás dispuesto a salvar la patria.

Madrid 10 de julio de 2013




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Comentarios

11 JUL 2013

Francisco Rubio Damián:
El planteamiento de Raúl C. Cancio me suscita dos cuestiones que me parecen de interés. Por una parte, creo que debemos cuestionarnos si el rechazo a toda forma de golpe de estado contra un gobierno democrático es aplicable a los golpes que atenten contra cualquier otro tipo de gobierno. Dicho de otro modo, si el orden político establecido del que habla el Profesor de Andrés debe considerarse siempre un bien absoluto inviolable por vía de la violencia, entendida esta en su concepto más amplio (revolución, insurgencia, golpe de estado, etc.). ¿No hubieran estado justificados, siquiera por humanidad, golpes de estado contra los regímenes de Hitler, Stalin, Pol Pot, los dictadores hispanoamericanos, la “dinastía” norcoreana Kim y tantos otros?
La segunda cuestión latente en este interesantísimo artículo es si el respeto a la cultura e idiosincrasia de los pueblos debe tener un límite y, en su caso, cuál sería este. Por lo que parece, entre nuestros vecinos del norte de África y Oriente Próximo parte de esta idiosincrasia consiste en la injerencia de la religión en política y en el intervencionismo militar. Sin embargo, esta es una cuestión general que no desmerece al reconocimiento de que los Hermanos Musulmanes alcanzaron el poder por medios democráticos y que los acontecimientos recientes pueden haber puesto en peligro de muerte a la incipiente demcracia egipcia.
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