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Observatorio PSyD

El observatorio opina

19 de Noviembre de 2014

El Muro de Berlín: inicio y final de la guerra fría

Javier Jiménez Olmos
Doctor en “Paz y Seguridad Internacional” por la UNED
Miembro de la Fundación “Seminario de Investigación para la Paz” de Zaragoza

El preludio de la construcción del Muro de Berlín

En 1947 los temores estadounidenses de la expansión comunista eran sin duda fundados. Por una parte en Italia y Francia los comunistas, que habían sufrido el nazismo y el fascismo, contra lo que habían combatido a base de muchos sufrimientos, persecución, torturas y muerte, se tomaban ahora la revancha. Había llegado la hora de la venganza, de los juicios sumarísimos o de las ejecuciones sin juicio alguno, eran dos guerras civiles encubiertas que ya habían empezado durante la II Guerra Mundial. En Grecia se vivía una guerra civil abierta, protagonizada por dos facciones representantes de conservadores y comunistas, los primeros apoyados por los británicos y estadounidenses, y por el yugoslavo Tito los otros. Los norteamericanos comenzaron a darse cuenta que el Mediterráneo Sur podría caer en manos comunistas y pasaron a la acción para contrarrestar la posible expansión de sus antagónicos ideológicos.

Por eso, el 12 de marzo de 1947  el presidente de los Estados Unidos pronunció ante el Congreso las bases de la política exterior americana para el futuro; un discurso donde estableció la llamada “Doctrina Truman” en la que declaraba como máxima prioridad la contención del comunismo. La primera consecuencia de esa doctrina fue la disolución de los gabinetes de coalición en Francia e Italia, donde los comunistas tenían participación. A partir de ese momento en Italia se pusieron en marcha importantes movimientos para reintegrar a antiguos fascistas como miembros de las fuerzas armadas y cuerpos de seguridad. Los sospechosos de izquierdismo fueron paulatinamente apartados de cargos de responsabilidad en dichas instituciones. El Partido Comunista italiano era el más numeroso de Europa después del soviético; ni el Papa Pío XII, ni los estadounidenses podían consentir tal afrenta.https://jjolmos.files.wordpress.com/2014/11/plan-marshall.png

Pero las medidas políticas y represivas no eran suficientes para convencer a una devastada Europa e idearon el Programa de Recuperación Europeo conocido como Plan Marshall para honorar a su creador el Secretario de Estado George Marshall. El 5 de junio de 1947, en la Universidad de Harvard, Marshall explicó el contenido de su programa que se resumía en: préstamos a bajo interés, ayudas a fondo perdido y ventajosos acuerdos comerciales con los países que se incluyeran en este plan. Stalin se negó a que los Estados bajo su influencia aceptaran las ayudas, con lo que el Plan Marshall constituyó otra nueva frontera que añadir a las ya existentes, Europa quedaba dividida en dos mitades económicas. España quedaba fuera de dicho plan, por una parte era un castigo al régimen de Franco; y por otra, la confirmación de que no se necesitaba ayudar a combatir al comunismo de aquel que ya lo combatía por sí solo. Truman completó su política de seguridad con la ley de Seguridad Nacional, aprobada en julio de 1947, por la que se creaba la CIA.

Los soviéticos trataron de responder con la creación, en septiembre de ese mismo año, de la Oficina de Información de los Partidos Comunistas y Obreros (KOMINFORM) cuyo objetivo era dirigir, coordinar y planificar las políticas de los partidos comunistas europeos. La fuerza humana de esos partidos era cuantiosa, además de los mencionados (italiano, griego y francés) el polaco disponía de 800.000 afiliados, el húngaro de 750.000, el checo de 1.300.000, el búlgaro de 500.000 y el rumano de 700.000.  En febrero de 1948 un golpe de Estado acabó con los sueños checoslovacos de construir un Estado en  el  que pudieran convivir una democracia parlamentaria y una planificación económica centralizada. No había lugar para la convivencia, “o rojo o azul”, sin término medio. La guerra fría había comenzado.

Alemania se encontraba dividida en cuatro zonas, tal y como se había decidido en la Conferencia de Yalta. Pero la realidad reducía esta partición a dos, la soviética de un lado y la de los aliados occidentales, estadounidenses, británicos y franceses del otro. Los norteamericanos decidieron crear una moneda para la zona de ocupación occidental, el Deuschemark, en respuesta a la política inflacionista que practicaban en el lado soviético. Estos respondieron con el bloqueo de Berlín, alejado de la zona occidental, cuando los aliados occidentales intentaron implantar la moneda de reciente creación en la zona soviética de esa ciudad; era el 3 de abril de 1948, la guerra fría había comenzado oficialmente. Sin embargo, el bloqueo resulto infructuoso, un puente aéreo abasteció sin descanso las zonas occidentales hasta su finalización en mayo del año siguiente.

El resultado inmediato de la crisis fue la partición definitiva de Alemania. El 8 de mayo de 1949 se creó la República Federal Alemana con la unión de las tres zonas occidentales y en octubre del mismo año nació la República Democrática Alemana bajo la órbita soviética. Los norteamericanos habían culminado su faena de contención comunista con la creación de la OTAN en abril de 1949. Pocos meses después, en agosto, los rusos se incorporaron al club atómico. Había nacido el “equilibrio del terror”.

La construcción del muro

Desde 1948 la tensión entre soviéticos y norteamericanos fue creciendo. Ambos bandos se acusaban de ser agresivos y expansionistas. Desde las dos partes se hacía propaganda en sus respectivas zonas de influencia para convencer de que la invasión por parte del adversario era inminente.

Entre el 12 y el 13 de agosto de 1961 los soviéticos construyeron un muro en la ciudad de Berlín para impedir que hubiera trasvase de personas de un lado a otro de la ciudad. Los soviéticos argumentaron esta construcción diciendo que la política del canciller de la Alemania Occidental, Konrad Adenauer, fomentaba el paso de los alemanes orientales hacia la zona occidental.

En esos años la población de la República Democrática Alemana era algo menor de 17 millones de habitantes, de los cuales habían huido a la parte occidental más de tres millones hasta principios de los sesenta. Aunque desde 1952 la frontera entre las dos Alemanias estaba cerrada, en Berlín había un tránsito libre de personas. Cada día miles de alemanes de las dos zonas de Berlín se desplazaban de una parte a otra para trabajar.

Sin embargo, se calcula que cada día unos mil alemanes orientales aprovechaban esta libertad de movimientos para no volver. El líder de la Alemania Oriental, Walter Ulbricht, decidió parar esa fuga de personas y ordenó la construcción del Muro de Berlín en una operación coordinada y aprobada por Moscú. Era una maniobra más de los dirigentes soviéticos para demostrar su poderío ante sus enemigos capitalistas.

La caída del muro

A finales de los ochenta los alemanes orientales, conscientes del mayor nivel de vida que gozaban sus compatriotas occidentales buscaban la manera de alcanzar llegar a la Alemania Occidental. Por Berlín u otras zonas fronterizas era extremadamente peligroso. No obstante, los cambios políticos en Hungría, que concluyeron con un aperturismo hacia Europa Occidental, provocaron una frontera más permeable. Austria también se sumó a esta relajación fronteriza. Todo ello provocó que más de 350.000 alemanes orientales huyeran hacia la República Federal a través de esos países.

Ante tal circunstancia, y el debilitamiento del régimen comunista oriental, su mandatario, Erich Honecker comenzó un programa de acercamiento hacia la otra Alemania, que concluyó en la apertura de las fronteras en el Muro de Berlín. La noche del 9 de noviembre de 1989, consecuencia de una confusión que ya demostraba el desorden del viejo régimen comunista, en una rueda de prensa un miembro del Politburó de Alemania Oriental, Günter Schabowski, comunicó que las fronteras estaban abiertas. Inmediatamente miles de berlineses de uno y otro lado se dieron cita en el Muro y comenzaron a “derribarlo”.


El final de la guerra fría

La erosión del sistema bipolar comenzó a manifestarse desde la aparición de tres factores. En primer lugar, los conflictos internos en los dos bloques, más intenso en el comunista, como en Hungría, Checoslovaquia, China, Yugoslavia, y muy relevantes en el occidental, como sucedió con Francia, que con De Gaulle se distanció de los norteamericanos y la OTAN y dotó a Francia de armamento nuclear propio. El segundo factor lo constituyó la reivindicación europea occidental de cierto grado de autonomía en sus relaciones con el otro bloque; el Canciller alemán Willy Brandt inauguró la apertura al Este con la ospolitik. Por último, el proceso de descolonización con la aparición del grupo de los países no alineados.   

El periodo de los setenta está repleto de luces y sombras en las relaciones internacionales. Nixon, Ford y Carter, sucesivos Presidentes de los Estados Unidos durante la década de los setenta intentaron mejorar sus relaciones con los soviéticos. Y en parte lo lograron porque Breznev, dirigente soviético de la década era un hombre más dialogante que sus antecesores. A pesar de ello, bastantes frentes seguían  abiertos. En el sudeste asiático el avance comunista parecía imparable después de la salida norteamericana de Vietnam. En América Latina los estadounidenses desplegaban toda su fuerza política, incluida la ilegal, para frenar la expansión de una izquierda que reivindicaba unas mejores condiciones de vida y el final de la explotación de las empresas norteamericanas que dominaban su economía. Los ejemplos se encuentran en la crisis de Cuba; el golpe de Estado del General Pinochet contra el experimento socialista del frente popular chileno en 1973; el apoyo a la contra nicaragüense y la guerrilla ultraderechista salvadoreña y guatemalteca. Uruguay y Argentina también fueron campo de batalla donde se establecieron dictaduras de corte ultraderechista para contener la insurrección comunista.

En Europa terminaban dos dictaduras derechistas, la de Marcelo Caetano, sucesor de Salazar, en Portugal y la de Franco en España, con el consiguiente miedo norteamericano a la escalada de socialistas y comunistas al poder. Y en África la descolonización estaba dando ventaja a los soviéticos en Angola, Mozambique y Etiopía. El mundo árabe se inclinaba, en general, por el lado soviético lo que alarmaba a los norteamericanos por su posición estratégica y sus recursos naturales. La revolución iraní y la invasión de Afganistán ponían a los estadounidenses en una posición de desventaja. El presidente Carter era considerado un blando por la opinión pública americana y el responsable de la pérdida de prestigio. Los poderes de la industria armamentística norteamericana dominada por los republicanos estaban preparando el terreno para la llegada de su mesías: Ronald Reagan.

En 1980 apareció la figura de Ronald Reagan. El nuevo presidente norteamericano comenzó a tensar de nuevo las relaciones con los soviéticos por sus deseos de recuperar el respeto de su país en el ámbito mundial y relanzar la industria armamentística. El nuevo dirigente soviético Gorbachov, se encargaría de anular las ansias guerreras de los neoconservadores norteamericanos con una política de apertura y entendimiento que conduciría al desmantelamiento de la Unión Soviética y al  final de la Guerra Fría.

Ronald Reagan aterrizó en la Casa Blanca dispuesto a poner orden y recuperar el espacio perdido. Se encontró con dos aliados inestimables en el concierto internacional. En el Reino Unido Margaret Thatcher, “la dama de hierro”, ya había comenzado su política neoliberal como Primera Ministra del Reino Unido unos años antes. Los británicos siempre han sido los aliados naturales de los norteamericanos pero esta vez la alianza era también pura sintonía ideológica. El otro aliado fundamental fue el Papa Juan Pablo II, Carol Wojty?a, un polaco represaliado por los comunistas que estaba dispuesto a desmantelar la dictadura comunista que tanto mal había hecho a su Iglesia.

Ronald Reagan no tardó en denominar a la URSS y sus satélites como el “eje del mal” para arengar a sus seguidores a luchar contra su amenazantes enemigos soviéticos. Así la excusa perfecta para inventar una “guerra de las galaxias” que consistía en la creación de un escudo antimisiles capaz de destruir los misiles soviéticos lanzados contra Occidente cuando se encontraran en el espacio exterior de la atmósfera. Una excusa perfecta para causar miedo ajeno, elevar la moral propia y de paso impulsar la industria de armamentos.

Los soviéticos podían estar ganando algunas simpatías en la guerra ideológica pero su poderío militar y económico se encontraba en pleno proceso descendente. Cuando Gorbachov llegó al poder en 1985, encargó un informe a sus expertos del que se sacó en conclusión el desastre político, militar, social y económico en el que se encontraba la URSS. Gorbachov inició una política que pretendió solucionar estos problemas y lo hizo pensando que esto sería posible sólo si se realizaba una profunda revisión del sistema soviético, era el anuncio de la perestroika.

La perestroika consistía en un programa de reformas basado en la liberalización de la economía para permitir el intercambio con Occidente. Gorbachov no pensaba desmantelar la URSS, los acontecimientos le sobrevinieron y fue actuando sobre la marcha. Los países satélites estaban hartos de ver como sus vecinos occidentales gozaban de mayores libertades y nivel de vida, pronto comenzaron las escisiones: Polonia, con Carol Wojtyla como principal líder espiritual, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria, y  Rumanía comenzaron su escapada de la URSS. Luego fueron las repúblicas bálticas y Ucrania, y, por último, la aparición de los nacionalismos islámicos separatistas de las repúblicas caucásicas. La URSS se deshacía, la campanada final fueron la caída del “muro de Berlín” el 9 de noviembre de 1989 y la posterior unificación de Alemania. La guerra fría había terminado.

El capitalismo había triunfado, así fue presentado al mundo por la propaganda Occidental. La izquierda comenzó a vagar con vergüenza  su ideología igualitaria. Había fracasado su referencia. Se pensó que se había llegado al “final de la historia”, como había expresado Francis Fukuyama en un artículo publicado en 1989 en la revista The National Interest, que posteriormente se desarrolló en el libro El fin de la Historia y del último hombre en el que sostiene que la democracia liberal había vencido a las ideologías rivales: monarquía, fascismo y comunismo; de tal forma que con “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad” se había llegado al “final de la historia”. Pero la verdad es que comenzaba otra historia donde la vigencia de la explotación, la miseria,  el hambre y la desigualdad tienen la misma forma de siempre.

De la caída del muro a la era de la globalización

Una de las consecuencias inmediatas de la desaparición de la Unión Soviética, fue la atribución de una victoria ideológica, por parte de los representantes conservadores norteamericanos y sus incondicionales europeos. Era presentar en términos militares, vencedores y vencidos, algo tan poco sometible a los parámetros bélicos como es la mente de las personas. Es cierto que el sistema comunista se colapsó, bien por su concepción equivocada de las relaciones entre los seres humanos, bien por la aplicación de las doctrinas, o bien por las dos cosas a la vez. Pero no es menos cierto que el “capitalismo victorioso” sólo lo ha sido para aquel sector de la humanidad que puede gozar de sus ventajas, en términos cuantitativos no llega ni a la cuarta parte. La propaganda y la publicidad, que curiosamente sólo llega a esos pocos afortunados, se encargó de anular cualquier atisbo de criticar las bondades del sistema democrático liberal capitalista.

El capitalismo pasaba a ser la doctrina oficial norteamericana y occidental y, por ende, había que exportarla al mundo entero. Así, la globalización entendida como extensión de pensamiento único a través de los poderosos medios de comunicación, que permiten transmitir guerras en directo y hacer transacciones de millones de dólares de un lugar a otro del planeta en tiempo real, pretendía anular la crítica a un sistema que se autoproclamaba único y verdadero a través de sus valores pretendidamente universales.

Sin embargo, la era de la globalización que nos invade no ha sido capaz de resolver los graves problemas de la humanidad, en cierto modo ha agravado algunos. La pobreza y la desigualdad continúan siendo el problema más importante para la mayor parte de los seres humanos que, especialmente en algunos lugares del planeta como África, malviven sin esperanza. La inestabilidad, provocada en gran parte por sistemas que propician esas situaciones, provoca conflictos de todo tipo: religiosos, secesionistas, étnicos o mezcla de todos ellos. La desesperación provoca violencia. Los desastres naturales, inevitables casi siempre, golpean a los más débiles carentes de recursos para afrontarlos. La falta de futuro obliga a millones de personas a desplazarse en busca de un futuro mejor.

Mientras, los dueños de la globalización, los defensores de las teorías neoliberales, predican que el mundo es cada vez más rico, y puede que no estén exentos de razón; el problema es que su visión “encorbatada” del mundo les impide darse cuenta de que la distribución de esa riqueza no es justa. El sistema de gobernanza mundial, donde los más ricos se reúnen periódicamente para autoproclamar las benignidades de un sistema económico del que ellos se benefician grandemente, es incapaz de resolver unas estructuras provenientes de la época colonial que generan un subdesarrollo causante de tanta pobreza.

La pregunta clave: ¿es posible reducir la pobreza y la desigualdad sin cambios de política y modelo económico? ¿Sirve, acaso, el modelo global que se  pretende imponer? El nuevo orden que han pretendido imponer desde los poderes más conservadores de la política actual se ha basado en el argumento de la seguridad global que necesita de soluciones globales. La justificación de la seguridad ha tenido su máximo exponente en la lucha contra el terrorismo, al que han considerado un fenómeno global y unitario. Han simplificado el análisis de las causas y los procesos que conducen a esa actividad para reducirlos a un caso único al que se le combate con guerras preventivas e invasiones territoriales de países considerados un peligro para la paz mundial.

En la globalización, que no es otra cosa que la globalización del capitalismo, no existe distancia ni tiempo; las modernas tecnologías permiten actuar en cualquier lugar en tiempo real. El Estado queda superado por la revolución tecnológica que produce una inmediatez que arrasa con las burocracias de los antiguos sistemas. La globalización se caracteriza por tres factores: los intercambios internacionales, la transnacionalización de la producción y la globalización de los mercados financieros. La economía es el principal motor de la globalización, que debido a las nuevas tecnologías convierte el sistema financiero incontrolado en imprudente y peligroso. Por otra parte, existe una tendencia opuesta a la globalización. Frente al intento de universalizar valores y cultura aparece un individualismo defensor de las identidades propias, algo que tampoco es nuevo aunque fuera reprimido en ambos bloques durante la Guerra Fría.

La globalización puede considerarse un anarquismo mercantil en el que las transnacionales han adquirido más poder que los propios estados u organizaciones internacionales, han provocado la creación de mano de obra barata, han manipulado las técnicas de la información, y han actuado al amparo de una fiscalidad adecuada para evadir y ocultar. Sin embargo esa pérdida del poder del Estado tradicional no afecta al que ejerce sobre las clases más débiles, que continuamente ven reducidos sus derechos y su poder adquisitivo por parte de esos estados que obedecen a los dictados de los intereses económicos financiero-capitalistas.

Una de las consecuencias inmediatas de esta globalización económica de corte capitalista ha sido la crisis financiera mundial que estalló en el 2007 en EE.UU. y se extendió por el resto del mundo. El primer afectado ha sido el propio sistema económico defendido desde la ideología liberal. La liberalización de la economía no fue acompañada de una regulación adecuada y el exceso de liquidez global, principalmente en EE.UU., generó una euforia que contribuyó al endeudamiento de las familias y la burbuja inmobiliaria. Al final, el “denostado Estado” por los fundamentalistas neoliberales ha acudido como salvador del sistema bancario.

El aumento de la desigualdad y de la pobreza provoca tensiones que afectan a la seguridad. Las teorías liberales aciertan en cuanto al crecimiento económico, pero olvidan que este no es paralelo al reparto de la riqueza. La crisis capitalista global afecta sobre todo a los más débiles que, sin embargo, a efectos de proponer medidas para su solución son marginados. La ONU, suprema representación de la comunidad internacional, ha quedado desplazada.

El comienzo del siglo XXI presenta síntomas de la finalización de un ciclo  económico marcado por los mercados sin fronteras, la liberalización de esos mercados y los movimientos financieros transnacionales.  Hasta ahora Occidente ha marcado las pautas de la historia pero la crisis financiera ha hecho tambalear los cimientos de la primacía occidental. Las crisis económicas no afectan a la confianza en el mercado y, por tanto, persisten los mismos errores. Las correcciones deben llegar tanto en el plano político como en el económico, lo que significa volver al multilateralismo y potenciar las instituciones internacionales como la ONU. En el económico, conseguir un sistema económico más al servicio de las personas y más regulado desde los poderes públicos democráticamente elegidos por los ciudadanos.

Fukuyama estableció que la lucha ideológica había cesado con la victoria del capitalismo y la democracia liberal. Algunos consienten en ese diagnóstico, por convicción o por la emotividad de la caída del imperio soviético. Fukuyama pensó que la democracia liberal solucionaba todos los problemas económicos. Veinte años después el fracaso es evidente. Si bien es cierto que algunas partes del globo han mejorado su nivel de vida, las desigualdades y la pobreza no sólo no han disminuido sino que han aumentado de un modo considerable.

A pesar de las apariencias el nuevo orden no presenta importantes cambios estructurales. Continúa la ley del más fuerte: la ley, la democracia y la cultura se fijan según los dictados del poder fuerte y aquellos que no respetan esta norma quedan marginados o son perseguidos. No parece que el nuevo orden mundial propugnado después de la caída del Muro de Berlín haya cambiado con respecto al antiguo. A pesar de que se haya internacionalizado la economía, las diferencias en la distribución de la riqueza se hacen mayores y no se ha detenido la paranoia armamentística, aunque los pretextos para fomentar la construcción y el comercio de armas se hayan reinventado.

19 de noviembre de 2014

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