Cátedra Paz, Seguridad y Defensa

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Observatorio PSyD

El observatorio opina

12 de Septiembre de 2014

El Estado Islámico. ¿De nuevo el fantasma del “choque de civilizaciones”?

Javier Jiménez Olmos
Doctor en “Paz y Seguridad Internacional” por la UNED
Miembro de la Fundación “Seminario de Investigación para la Paz” de Zaragoza.


Un informe del 23 de agosto de 2014, la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas cifra los muertos en la guerra de Siria, desde su comienzo en marzo de 2011 hasta abril de 2014, en 191.369. En el informe se detalla que, entre las muertes registradas había 2.165 niños menores de nueve años, y 6.638 entre diez y dieciocho años.

En otro informe, de finales de agosto del mismo año, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), establece que el los sirios inscritos como refugiados, sólo en los países vecinos, asciende a más de tres millones.

Una guerra que continua, sin que se atisbe una solución para una paz duradera que permita al pueblo sirio vivir digna en libertad. El dilema entre dictadores o islamistas radicales es una constante en el mundo árabe. Con relación a Siria, la mayor parte de la comunidad internacional, si exceptuamos Rusia e Irán, era partidaria de la caída del régimen de Bashar al-Asad.

Hubo unanimidad de los gobiernos occidentales para apoyar a una oposición moderada, que surgió de la llamada “primavera árabe”, hasta que la irrupción de los más radicales y violentos islamistas entró en escena. Entonces, Occidente empezó a temer por la inseguridad que produciría la caída de al-Assad y toda ayuda a la oposición quedó reducida o suspendida por temor a que cayera en manos de unos enemigos considerados más peligrosos que el actual mandatario sirio.

El Estado Islámico ha complicado y extendido la guerra al vecino Irak, que desde la invasión sufrida en 2003, a cargo de una coalición liderada por los Estados Unidos de Norteamérica, nunca ha dejado de estar en un caos de violencia permanente.




El Estado Islámico de Irak y Levante, ahora denominado simplemente Estado Islámico, aparece en Siria en abril de 2013. Su líder, Abu Bakr al-Baghadadi, nacido en 1971, surge de la lucha contra la invasión de Irak en 2003. El Estado Islámico recluta sus combatientes entre suníes sirios e iraquíes, en otros países árabes y musulmanes, además de algunos musulmanes con nacionalidades occidentales.

Desde el punto de vista occidental, el Estado Islámico representa la mayor amenaza para la Región de Oriente Medio y para la seguridad internacional en su conjunto. Se les atribuye una crueldad extrema a la vista de la propaganda que ellos mismos se encargan de distribuir para causar el terror que consideran necesario para la implantación de ese califato universal al que aspiran.



Al parecer gozan de una sustancial financiación proveniente de fondos de los recursos petrolíferos que han capturado en sus victorias militares en Siria e Irak, de las ventas de la arqueología tan rica en la zona y de la gran cantidad de dinero que les ha reportado la toma del banco central iraquí de la ciudad de Mosul (se calcula que unos 2.000 millones de dólares). También hay sospecha de que reciban donaciones de algunos de los países del Golfo que se supone estarían ayudando a las reivindicaciones de sus correligionarios suníes en la lucha contra sus tradicionales enemigos chiíes.

El Estado Islámico ha producido desconcierto en Al Qaeda que ve como la escisión entre sus filas se hace patente. El actual líder de Al Qaeda, Aymán al-Zawahiri ha manifestado su descontento por el enfrentamiento entre Al Nusra –otra de las asociadas a Al Qaeda- y el Estado Islámico en Siria y ha pedido que a la primera que centre su lucha en ese país, mientras que el segundo lo haga en Irak.

La aparición Estado Islámico ha hecho revivir la teoría del llamado “choque de civilizaciones”, según la teoría de Samuel Huntington explicada a principios de los noventa. Las tesis de Huntington se resumen en que los conflictos futuros se darán entre civilizaciones, principalmente en lo que él llamo “las fronteras ensangrentadas del islam”. Sus tesis fueron aprovechadas para sustituir al desaparecido enemigo soviético por el Islam en su conjunto.



Ahora parece que de nuevo el Estado Islámico desata el temor del choque (aunque no hay que olvidar que debido a la crisis ruso-ucraniana también se está despertando el fantasma de la guerra fría, pero eso se tratara en otro artículo).

Sin embargo, el Islam no es monolítico y los grupos yihadistas violentos son una minoría, aunque eso sí, muy activa. Y también es importante recordar que se desarrollan donde existen dos factores muy importantes, además del religioso: la pobreza y la abundancia de recursos naturales explotados por potencias extranjeras. También conviene recordar que estos grupos yihadistas, casi exclusivamente suníes combaten contra sus correligionarios chiíes y todas los gobiernos árabes o musulmanes que consideran apostatas o servidores de los intereses occidentales.



Así que considerar que se trata de una guerra de religiones es algo que se puede poner en duda. No obstante a los yihadistas les conviene presentarlo como una guerra de religión, aunque el trasfondo sea, como casi siempre en todas las guerras, por razones económicas y de poder.

También en Occidente hay intereses para alarmar con este nuevo choque de civilizaciones. La seguridad produce muchos dividendos y también distrae de asuntos nacionales que afectan a la seguridad humana del día a día. Así, se puede poner en duda que los bombardeos que las fuerzas armadas estadounidenses realizan en Irak obedezcan a razones humanitarias y se puede pensar que son parte de una estrategia para contener la expansión del Estado Islámico en las principales zonas petrolíferas del país.

No cabe duda de que el Estado Islámico es una amenaza real, pero hay que valorarla en su justo término desde el punto de vista exclusivamente militar, otra cosa es su posible actividad terrorista en terceros países y en Occidente.

Militarmente el Estado Islámico no posee los medios militares adecuados para una guerra simétrica convencional. Sólo con el poder militar norteamericano en la región, empleado activamente, con la potencia de una guerra convencional total, los borraría del mapa en unas pocas semanas. Por tanto, la utopía de ese mapa del califato pretendido no tiene ninguna base real para llevarse a cabo.

El peligro se encuentra en que la yihad se extienda por el mundo musulmán y por los países occidentales. En el primer caso las revoluciones serán mucho más violentas que en la “primavera árabe”. En el segundo, los yihadistas cometerían atentados terroristas para intimidar a las poblaciones occidentales.

La opción militar puede ser estudiada para detener el avance del ataque del Estado Islámico en Irak y Siria, pero hay que tener en cuenta los daños colaterales, y no sólo los que se producen en el campo de batalla, sino el odio que puede extenderse hacia todo lo occidental, y que los yihadistas utilizan la propaganda como una de sus principales armas. Además, no es una novedad, las intervenciones estadounidenses y de sus aliados en Oriente Medio han producido siempre un rechazo de las poblaciones musulmanas, a pesar del apoyo de algunos dirigentes de algunos de esos países.

A la vista de la gravedad de los acontecimientos que llevan al sufrimiento a millones de personas en Oriente Medio se necesitan soluciones urgentes. La opción de la guerra total convencional contra el Estado Islámico, caso de proseguir en su escalada del terror, debe de ser muy meditada, aunque no descartada porque sería darles una ventaja estratégica muy importante. Pero las soluciones diplomáticas deberían de ser las prioritarias.

En primer lugar no sería descabellado reconsiderar las fronteras artificiales de algunos países como Siria e Irak y adecuarlas más su historia y su cultura. ¿Por qué no estudiar la creación de de tres estados, según el mapa de distribución étnica: suníes, chíies y kurdos? Aunque siempre quedaría por resolver el problema de minorías como las cristianas a las que se debería garantizar la coexistencia pacífica con los mismos derechos de las mayorías con las que les tocara convivir.




La visión de Oriente Medio, con una paz duradera, está en manos de “visionarios”, como los que creyeron en una Europa en paz tras la Segunda Guerra Mundial y siglos de historia de sangrientos enfrentamientos entre los propios europeos. Para eso hay que  establecer unas bases de diálogo, con mediadores creíbles y apreciados por los musulmanes (¿lo que supondría en principio descartar a los representantes de las grandes potencias?). Habría que reactivar, potenciar y modificar en lo necesario iniciativas como la de la Alianza de Civilizaciones y adecuarla para que se convirtiera en una entidad operativa de paz.



En Irak, en Siria y en Palestina hay un Estado de guerra permanente entre otras razones porque los líderes de las facciones enfrentadas son los más extremistas (lo que ya ocurrió en los Balcanes y ahora sucede en Ucrania) y eso no es una casualidad sino el producto de odios internos históricos, y apoyos externos inapropiados e interesados, además de intervenciones militares sin sentido como la invasión de Irak en 2003 que sólo ha causado más inestabilidad en la región. Habría que potenciar y apoyar a los elementos más moderados de las oposiciones a dictadores y yihadistas, pero hacerlo mediante políticas que fueran percibidas por los habitantes de los respectivos países como beneficio para el bienestar y no para los intereses de las grandes potencias.

Las grandes potencias han preferido en un principio apoyar a movimientos radicales islamistas con tal de eliminar algunos dictadores contrarios a sus intereses, como fue el caso de Afganistán primero e Irak después, también en Libia y Siria. Pero el resultado ha sido desastroso en todos los casos. Por ello, hay que aprender la lección de que las transiciones no se deben forzar mediante el apoyo a elementos incontrolados (puede haber sido también el caso de Ucrania). Para conseguir la ansiada democratización es necesario primero conseguir unos mínimos de bienestar social, de justa distribución de los recursos naturales y la riqueza de los países. Y el camino no son las destituciones de los líderes imperantes mediante bombardeos e invasiones de sus territorios.

El descontento de muchísimos musulmanes con Occidente y con algunos de sus líderes no tiene nada que ver con el mensaje religioso. Este factor se usa, como también ha sido usado por otras religiones, para enfervorecer a las masas desesperadas. El descontento y la desesperanza provienen de la percepción de una vida indigna. Muchas personas encuentran en la yihad el camino hacia una vida mejor. Por eso, la “guerra al terror” contra fanáticos desesperados resulta ineficaz, así se ha demostrado desde el 11 de septiembre de 2001. La hoja de ruta pasa por demostrar a los musulmanes que Occidente no es su enemigo, que en Occidente y en otras partes del mundo también millones de personas sufren pobreza, desigualdad, explotación y expoliación de sus recursos naturales. Para ello es necesario un rotundo cambio socioeconómico y cultural del actual sistema internacional.
¿Será posible o es sólo un sueño?

29 de agosto de 2014



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