Cátedra Paz, Seguridad y Defensa

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Observatorio PSyD

El observatorio opina

20 de Febrero de 2019

Distopías hiperbélicas

Raúl César Cancio Fernández
Académico correspondiente Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
Doctor en Derecho
Letrado del Tribunal Supremo

“Olvidaos de la inteligencia artificial. En el nuevo mundo de los grandes datos en que nos encontramos, es la idiotez artificial lo que deberíamos estar   buscando”.      Tom Chatfield   

¿Quién no recuerda Skynet? Sí, aquel programa informático capaz de controlar el arsenal militar de los Estados Unidos con independencia de los humanos, creado originalmente por la corporación Cyberdyne Systems, la empresa subcontratada por el ejército de los Estados Unidos para la división cibernética de aquel. Skynet entró en línea el 4 de agosto 1997 y logró tomar conciencia de sí misma el 29 siguiente, iniciando el exterminio de los seres humanos por medio de las unidades Terminator T-800, a los que considera una seria amenaza para su propia supervivencia.

La Inteligencia Artificial (IA) aplicada al ámbito militar y ulteriormente emancipada del control humano ha sido y es una veta inagotable para los guionistas cinematográficos y televisivos de ciencia ficción. Y desde hace unos años, también para los científicos de todo el mundo, pero reales, no de ficción.

Desde siempre, tecnología y defensa han estado umbilicalmente unidos. Cuando nos calentamos un café en el microondas, no debemos olvidar que el magentrón fue descubierto en 1941 por el inglés John Randall y su amigo H.A. Boot con el objeto de detectar a la aviación alemana en la Segunda Guerra Mundial. Ahora bien, lo que tradicionalmente había sido una transferencia de tecnología impulsada militarmente hacia plano civil (satélites artificiales, GPS,  Internet o drones), en los últimos años se ha invertido radicalmente esta tendencia, advirtiéndose un trasvase tecnológico de lo civil a lo militar, lo cual no debería sorprendernos sin tenemos en cuenta la inversión anual en I+D de corporaciones como Intel, Samsung o Microsoft que superan ampliamente el presupuesto total del Ministerio de Defensa español para 2019.

Para estar al tanto de todas las innovaciones tecnológicas y evaluar su posible uso en el terreno militar, la Subdirección General de Planificación, Tecnología e Innovación (SDGPLATIN) del Ministerio de Defensa cuenta desde el año 2003 con el Sistema de Observación y Prospectiva Tecnológica (SOPT), una unidad encargada de asesorar en la planificación estratégica de las actividades de I+D a corto, medio y largo plazo; en los procesos de obtención de sistemas con alto contenido tecnológico y para actuar como depositario del conocimiento tecnológico corporativo. Para ello el SOPT se racima en once observatorios tecnológicos, cada una especializada en un marco de actuación: armas y municiones, electrónica, materiales, energía y propulsión, etc.

En este sentido, el programa COINCIDENTE (Cooperación en Investigación Científica y Desarrollo en Tecnologías Estratégicas) es un ejemplo paradigmático de la simbiosis entre investigación civil y Defensa Nacional, al tener como principal objetivo el aprovechamiento las tecnologías de carácter civil desarrolladas en el ámbito del Plan Nacional de I+D para incorporar soluciones tecnológicas innovadoras de interés para el Ministerio de Defensa, fomentando así el tejido industrial, científico y tecnológico dedicado a la defensa. Desde su puesta en marcha en el año 1985, el programa COINCIDENTE ha sido un instrumento esencial para promover la capacitación de la base científica, tecnológica e industrial nacional en las áreas tecnológicas de interés para Defensa.

España impulsó hace más de una década un audaz programa de investigación llamado Combatiente del Futuro (Comfut) en estrecha cooperación con empresas como Indra, Eads (hoy la división Cassidian de Airbus), Amopack, GMV, Iturri o Fedur. El último expediente de este proyecto se resolvió de mutuo acuerdo entre el Ministerio de Defensa y la empresa Cassidian en 2014 debido a la devastadora incidencia que la Gran Recesión tuvo en los programas presupuestarios de Defensa. No obstante, esta iniciativa no se abandonó completamente, rebautizándola como REM SISCAP (Sistema del Combatiente a Pie) con el objetivo de desarrollar e integrar tecnología para dotar al soldado de los medios adecuados para una operativa de combate eficaz, estructurado en siete subsistemas [Armamento y Munición, Eficacia de Fuego (EFU), Información y Comunicación (SIC), Sostenimiento, Supervivencia, Fuente de Alimentación (FAL) y Preparación (training)] y con el objetivo de desarrollar las funcionalidades del subsistema de Eficacia de Fuego (EFU) para mejorar las capacidades de detección, reconocimiento y adquisición, junto con los elementos básicos del subsistema de Información y Comunicaciones (SIC) para la conectividad del combatiente, como son el ordenador ciego del sistema y el elemento de control de dispositivos del mismo, o unidad de control del combatiente.

Mientras que en nuestro país aún estamos en la fase de desarrollo de integración de estos subsistemas, en aras de verificar y validar los diferentes demostradores tecnológicos con el objetivo de reducir al máximo los riesgos inherentes al lanzamiento de la fase de producción (2017-2019), en los Estados Unidos  se trabaja ya en otra dimensión, analizando, por ejemplo y en primer lugar, el impacto de los dispositivos tDCS (transcranial Direct Current Stimulation) o neuroestimulación mediante dispositivos supraaurales en los operadores de unidades de élite como los miembros del United States Naval Special Warfare Development Group (DEVGRU), con el fin de aumentar su capacidad mental y física mediante el denominado Neuropriming que induce un estado hiperplástico, en el que el proceso habitual de adaptación del cerebro acaece más rápidamente, lo que supone un mejor resultado para cada repetición de ese entrenamiento. O, en segundo término, el sensacional Bioelectronics for Tissue Regeneration (BETR), un programa que rompe radicalmente con respecto a los tratamientos tradicionales para la cauterización de heridas causadas por armas de fuego, quemaduras o laceraciones,  casi todos de naturaleza pasiva, para mutarlos en activos, utilizando cualquier señal disponible, ya sea óptica, bioquímica, bioelectrónica o mecánica, para monitorear directamente los procesos fisiológicos del cuerpo y luego estimularlos para que los controlen, acelerando así la curación o evitando cicatrices u otras formas de curación anormal.

La exponencialidad de los avances tecnológicos va a convertir los campos de batalla de 2030 en algo muy parecido a un videojuego, minimizándose la toma de decisiones humanas. Ahora bien, no se olvide que el hecho de matar es un acto intensamente personal, por lo que la mejora artificial de los combatientes puede de alguna manera relativizar esa mismidad, aletargando química (ver la serie Homecoming [2018] Amazon Prime Video) o biónicamente la saludable sensación de miedo, un sentimiento extraordinariamente útil al operar como modulador de conductas no éticas en combate. Los seres humanos no son perfectos, pero pueden empatizar con sus oponentes y ser capaces de proyectar una visión amplia de las situaciones. A diferencia de nosotros, las armas autónomas no tendrían la capacidad de comprender las consecuencias de sus acciones, sin margen por tanto para alejarse del borde de una guerra.
En fin, quizá convendría no ir tan aprisa y retornar a 1942 para vindicar (y aplicar) las tres leyes de la robótica formuladas por Isaac Asimov: 

  1. Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
  2. Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley

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