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Observatorio PSyD

El observatorio opina

19 de Febrero de 2016

Consecuencias derivadas de la guerra de Siria

Jorge Garris Mozota
Comandante de Ingenieros
Doctor en Historia y Politólogo


Ya han pasado cinco años desde que comenzó el conflicto en Siria, una guerra que se originó a partir de la mal llamada “Primavera árabe”, con origen en la ciudad de Túnez el 17 de diciembre de 2010 para unos o en el Sáhara occidental en octubre de ese mismo año para otros.

Sea como fuere, las sociedades musulmanas mostraron al mundo su deseo de cambio, siendo calificadas en aquel momento como “revolución democrática árabe”, en contra de unas estructuras de poder arcaicas y asentadas en la oligarquía y porque no decirlo, en las prácticas corruptas del poder.

Huelga decir que no todos los sectores de esas sociedades buscaban los mismos resultados ni tenían los mismos objetivos, ni tampoco se le escapa a nadie que toda “revolución” necesita de algún apoyo externo para su consecución, cuando no forma parte de un plan más amplio de tipo geoestratégico.

En todo caso, los resultados de dichas revueltas en los diferentes países del Magreb, en dirección hacia el Oriente Próximo y Medio, fueron distintos; desde los disturbios y manifestaciones violentas con cambios forzados de poder, hasta la guerra abierta como en el caso de Libia, caso este último dicho sea de paso, que tras el derrocamiento del anterior líder de la revolución, el coronel Muamar el Gadafi, conformó un estado fallido, con dos zonas de poder: Trípoli y Bengasi, el control territorial de las mafias vinculadas a Al Qaeda, del tráfico de armas y de personas.

Cuando la pólvora de la “Primavera árabe” llegó hasta Siria, el país del Partido Baaz Sirio Árabe Socialista, que llegó al poder en 1963 tras un golpe de Estado y de los al-Hasad que lograron hacerse con el control del anterior con idénticas maneras, originó otra nueva guerra que iba a superar a la anterior Libia; pero esta vez con mayor virulencia y repercusiones tanto interiores y exteriores, vinculando a actores externos y catalizados por la aparición de un grupo terrorista totalmente sorprendente, el autodenominado Estado Islámico.

Que se produjera una guerra de estas dimensiones en el Creciente Fértil, no produjo ninguna sorpresa, habida cuenta del conocimiento acerca de la confluencia de intereses geopolíticos y geoeconómicos contrapuestos. Cabe recordar a este respecto la competencia por la producción de petróleo entre Arabia Saudita, el país de los Saud, y los demás países del Consejo de Cooperación del Golfo por un lado; con los de Irán y zonas de Irak por otro. A ello se le debe sumar, y tal vez en mayor importancia, la total competencia por el control de las rutas gasísticas, conocido el hecho del proyecto de construcción de un gaseoducto catarí, aprovechando el yacimiento de South Pars, que atravesando Arabia Saudita buscaría salidas al mar Mediterráneo por Egipto en Puerto Said , y por Israel en Haifa.

Evidentemente este proyecto choca frontalmente con el iraní, que partiendo del mismo yacimiento en Assaluyeh, Irán, y pasando por Akkas, Irak, buscaría su salida al mismo mar por Siria, en la localidad de Baniyas, y Beirut, Líbano transcurriendo por Damasco.

En definitiva se trata, ni más ni menos, del control de la distribución de petróleo y gas en una de las zonas históricamente de mayor importancia geopolítica y geoeconómica, cuyas llaves han estado compartidas por los países surgidos como consecuencia de los acuerdos de Sykes-Picot de 1916, años antes del desmoronamiento del Imperio Otomano y por el que se repartía la inmensa zona en diferentes áreas de responsabilidad entre franceses y británicos.

No obstante, debería existir una lógica geoestratégica en todo ello, al vincular y comprometer a tantos países no sólo de la zona sino de la comunidad internacional. Y es que el mundo árabe, que no ha olvidado su sentimiento de potencia mundial allá por los siglos VII al XII, y lo que fue el Imperio Otomano; tras desaparecer el anterior y con el advenimiento de la Guerra Fría tras la Segunda Guerra Mundial jugó un papel destacado enfrentando a las potencias y países aliados de aquel mundo bipolar que pretendía ser unipolar, de igual modo a como las potencias controlaron todos el espacio del Oriente Medio apoyándose en los diferentes gobiernos locales.

Arabia Saudita, temerosa de las aspiraciones geopolíticas de Irán: control del estrecho de Ormuz que es a llave de paso del golfo Pérsico; y el también control del golfo de Adén en la puerta del mar Rojo a través de los huties en la guerra de Yemen, así como el apoyo al gobierno alauita de Bashar al-Asad, y las acciones de Hezbolá en los dos anteriores países; no está interesada en absoluto que los EEUU, cuyo interés actual se puede centra más en controlar a Rusia y  China, desvíen su atención del complicado panorama de la región.

Las tensiones entre Irán y Arabia Saudita se han agudizado en muchos frentes a lo largo de los últimos años; uno de ellos, los muertos a causa de estampidas y demás accidentes acaecidos en la Meca  en dos ocasiones, una de ellas por el provocado al caerse una grúa en la Gran Mezquita de la Meca con el resultado de 109 fallecidos, y otra por la estampida de Mina, siguiendo el rito de Hajj, y en la cual fallecieron 717 personas y resultaron heridas otras 863; en ambos casos, el mayor número correspondió a ciudadanos iraníes, lo que provocó enérgicas protestas por parte del gobierno de Teherán e incluso amenazas de ataques contra Arabia Saudita, a la cual se le hizo responsable directa de los hechos.  

Posteriormente, Arabia saudita decidió ejecutar en un día a 47 personas “rebeldes” entre ellas al líder chiita Nimr al Nimr; en una demostración de poder ante el posterior levantamiento del embargo sobre Irán a causa de su política nuclear. Las reacciones iraníes sin embargo se limitaron a las consecuentes quejas y a detener a los responsables del incendio de la embajada saudita.

No obstante a todo o anterior, y retornando a los orígenes de  ello, cuando los padres de la geopolítica, como Halford John Mackinder en el siglo XIX y XX, formuló en “On the Scope and Methods of Geography” la importancia de controlar el Heartland como paso intermedio al control del mundo; le siguió Nicholas Spykman, que revisando al anterior argumentó que el control anterior se conseguía con el del conjunto del anillo de tierras, al que llamó Rimland, dentro de las cuales se encontraban las denominadas “Creciente Interior o Marginal” y que englobaban al Oriente Próximo.

De lo anterior se vislumbra el sempiterno interés por el control de esta zona geopolítica del mundo, de sus recursos naturales, de sus gobiernos locales para evitar el sentimiento panarabista que siempre florece, a través de las fracturas religiosas entre sunnitas y chiitas; pero también de la neutralización de la acción de otras potencias, como Rusia, que desea reconstruir las flotas del mar  Mediterráneo, disuelta en 1992, la del mar Negro, Báltico y Norte, operativas desde el 2015, y la presencia en su espacio periférico post soviético; amén de los desplazamientos forzados y de las migraciones que están afectando a la UE y ante las cuales parece que no existe una real capacidad de respuesta.

Auténticas crisis que podrían en un futuro poner en jaque y cuestionar la propia capacidad de existencia incluso de la Unión.

Zaragoza, a 19 de febrero de 2016










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