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Observatorio PSyD

El observatorio opina

25 de Octubre de 2013

Ayuda militar estadounidense, algunas paradojas y bastardos.

David Corral Hernández.
Periodista TVE

Desde mediados del Siglo XX Estados Unidos ha podido cimentar su hegemonía mundial usando tres grandes pilares:

-  Ser la principal economía mundial y estar movida por el dólar, la moneda de referencia y reserva en todo el globo, dos factores que permiten alterar voluntaria o inesperadamente las finanzas y mercados internacionales con sus bonanzas, crisis en Wall Street o decisiones del secretario del Tesoro.
- Tener unas fuerzas armadas y presupuestos sin rival por cantidad, calidad, tecnología, capacidad de proyección global,…
- Y, por último, una activa, eficaz y numerosa acción exterior ejecutada a través de la intensa agenda del secretario de Estado de turno y de los miles de empleados de este Departamento repartidos por la mayoría de las naciones del mundo.

Para afianzar este sistema y las relaciones con terceros los tres pilares se refuerzan con un mecanismo llamado “ayuda exterior”. Después de la Segunda Guerra Mundial, Washington comenzó a incrementar la ayuda económica y militar a otros países para que iniciasen su recuperación. Con La Guerra Fría esta política se convirtió en una de las prioridades para la Casa Blanca en su pugna contra Moscú y sus satélites, por lo que hizo de ella una herramienta crucial de su diplomacia con el fin de promover en otros estados modelos de desarrollo capitalistas y liberales al tiempo que reforzaban la seguridad nacional frente a “injerencias” ajenas. Desde entonces miles de millones de dólares se repartieron entre sus aliados y amigos a través del departamento de Estado, programas de asistencia militar, USAID, USDA, ... El objetivo era afianzar sus democracias, respetar derechos fundamentales, consolidar la estabilidad regional o reforzar las relaciones bilaterales, entre muchas otras cuestiones. El presupuesto fiscal de Estados Unidos para el año 2013 tiene una partida de ayuda exterior de 56.100 millones de dólares frente a los 47.000 del año fiscal 2012. Respecto a la ayuda puramente militar, Estados Unidos es el mayor contribuyente mundial a otros países ya que proporciona algún tipo de asistencia a más de 150 países cada año. Las cantidades han pasado de 4.617 millones de dólares en 2002 a 17.867 en 2011. Ambos aumentos, el general y el militar, demuestran el interés que tiene Washington en esta herramienta. Pero a esta “buena voluntad” no le faltan críticos ni dentro ni fuera de EE.UU. Muchos de estos fondos son clasificados para ocultar su cantidad y destino, una parte considerable va a gobiernos considerados como corruptos incluso por Washington, también caen en manos de administraciones que financian grupos paramilitares o de naciones muy alejadas del estándar democrático estadounidense pero que hacen bueno aquello que dijo el presidente Roosevelt de “sí, son unos bastardos… pero son nuestros bastardos”. Ejemplos muy recientes son Afganistán, Iraq, Pakistán o, sobre todo, Egipto. El gran aliado árabe de Washington ha recibido más dinero que ningún otro país en el mundo, a excepción de Israel. Desde 1948 han sido casi 75.000 millones de dólares y en los últimos 25 años percibe anualmente 1.300 millones de ayuda militar más otros 250 dedicados, teóricamente, a programas de sanidad, educación y promoción de la democracia. El enredo que ha terminado con la suspensión de esta ayuda comenzó el 11 de febrero de 2011. Hosni Mubarak, de 82 años, presidente de Egipto desde 1981 y símbolo de la solidez de los regímenes árabes es derrocado. Tres décadas de profunda amistad con Estados Unidos finalizan abruptamente y el que fuera gran aliado pasa a convertirse, paradójicamente, en otro los tiranos depuestos por la “Primavera árabe”. En su lugar, y tras las primeras elecciones democráticas celebradas en el país, se sitúa al frente del país el islamista Mohamed Mursi. Washington no puede más que celebrar la decisión soberana y democrática del pueblo egipcio, aunque, paradójicamente, le duela tanto como a sus aliados árabes del Golfo. En julio de este año, como sucediera con Mubarak, miles de manifestantes se echan a las calles para exigir la renuncia inmediata de Mursi. Tras un ultimátum, el jefe de las Fuerzas Armadas de Egipto, Abdul Fatah al-Sisi, derroca a Mursi y se nombra como presidente provisional de Egipto al jefe de la Corte Constitucional, Adli Mansur. Fuera de juego se quedaban un gobierno islamista y un partido, los Hermanos Musulmanes, considerados como un riesgo de la propagación islamista en la región. Paradójicamente, Estados Unidos protestó por este golpe de estado ejecutado por los militares, hasta entonces sus mejores interlocutores en Egipto. Por ello han decidido retirarles y “recalibrar” las ayudas hasta que se inicie un progreso “creíble” hacia elecciones “libres y justas”, según anunció la portavoz del departamento de Estado, Jen Psaki. Los helicópteros “Apache”, cazas F-16, carros de combate M1A1 y misiles antibuque “Harpoon” no serán entregados, aunque sí continuará la asistencia para la vigilancia fronteriza, operaciones antiterroristas y la seguridad en la península del Sinaí, además de ayudas "en áreas como salud, educación y desarrollo del sector privado".

En un momento en el que Washington ha sufrido un complicado cierre de sus arcas federales, con un coste de cerca de 24.000 millones de euros según la agencia Standard and Poors, este recorte en ayudas podría parecer hasta razonable para el erario pero, paradójicamente, no lo es. De cancelarse o recolocarse los pedidos las penalizaciones podrían doblar el coste de los programas ya firmados, detalle que tiene muy claro el poderoso lobby de firmas de Defensa en EE.UU., el mayor productor de armamento del mundo. En Egipto esta ayuda podría parecer una gota de agua en una economía muy dañada pero estimada en 256.000 millones de dólares. Sin embargo, estos 1.300 millones le dan a sus fuerzas armadas hasta el 80 por ciento de las adquisiciones de armas, según un reciente informe Servicio de Investigación del Congreso, y la mayor parte de este armamento es sofisticado “made in U.S.A.”. Además toda la ayuda recibida a los largo de las últimas décadas han hecho del Ejército de Egipto el mayor de África y uno de los mayores del mundo. En él, los generales juegan un opaco papel alejado en ocasiones de las convenciones militares. Como destinatarios finales de los millones de dólares se han convertido en una economía dentro de la economía dando empleo a cientos de miles de egipcios. Según el diario Washington Post, forma una estructura que supone entre el 10 y el 30 por ciento de la economía egipcia. Así que mientras Washington deshoja la margarita para decidir cuál es su “bastardo”, los generales deciden cuál será la relación de Egipto con EE.UU. La ausencia de flujo económico puede cerrar un importante grifo para los intereses estadounidenses. Ya no sólo se queda en riesgo el tratado de paz entre Israel y Egipto, clave para la estabilidad de la región, sino también la libertad y fluidez de paso para los miles de aviones de la U.S.A.F. que anualmente cruzan el espacio aéreo egipcio en ruta hacia Afganistán y Oriente Medio, o para los más de 40 buques de 5ª Flota de la Navy que pasan a través del Canal de Suez en vez de rodear todo el Pacífico o África. Con este escenario, en el que Washington hace malabarismos políticos y diplomáticos para mantener la compostura sin perder la influencia y prestigio que pueda mantener sobre El Cairo, otros ya están listos para ocupar su lugar. Dinero, armas para vender y deseos de ganar influencia geopolítica no les faltan ni a China ni a Rusia, nación que fue el principal proveedor y aliado de El Cairo hasta que llegaron por miles de millones los dólares estadounidenses. Los movimientos de China en Asia-Pacífico y de Rusia en Siria están siendo muy solventes y están poniendo a prueba las mermadas arcas y algunas alianzas históricas de EE.UU. Todo un reto para Obama y la definición de su política exterior. Paradojas y bastardos seguro que no van a faltar.

25 de octubre de 2013

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