Peace, Security and Defence Chair

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19th of June 2019

La guerra de los robots

Francisco Rubio Damián
Coronel del E.T. (Reserva)
Doctor en Sociología

La Organización Internacional del Trabajo es clara. El crecimiento del sector servicios sobre los sectores de riesgo está disminuyendo los accidentes y enfermedades profesionales en los países desarrollados, mientras que los países en desarrollo siguen pagando un precio muy alto en muertes, lesiones y enfermedades laborales. Seguro que es así, pero parece lógico pensar que el formidable desarrollo tecnológico del primer mundo también esté jugando un papel en esta tendencia.

La tecnología descargará a los trabajadores de las ocupaciones más peligrosas o pesadas y las que se realizan bajo presión o en condiciones extremas. Las máquinas, y no las personas, serán las que se expongan a las sustancias químicas, la radiación, los agentes cancerígenos y las altas temperaturas. De hecho, muchos opinan –Bill Gates y Elon Musk entre ellos– que la era de los robots provocará un desarrollo humanista de la sociedad, en el que el trabajo de las máquinas permitirá que las personas se dediquen a las actividades más interesantes y a las que exijan empatía y comprensión humanas, como la enseñanza o la atención a los más necesitados.

La automatización del trabajo es imparable porque abarata costes de producción, dispara la productividad y aumenta la seguridad laboral, pero no está exenta de controversias. En abril, la OCDE presentó un informe donde llamaba la atención sobre los muchos empleos –uno de cada cinco en España– que acabarán automatizados, advertencia que adelantó hace años la Unión Europea y el Foro Económico Mundial de Davos. A este desajuste en el mercado laboral se añade la preocupación por la gobernanza de los robots, asunto que en 2017 fue tratado en el Parlamento Europeo, donde la europarlamentaria Mady Delvaux planteó que los autómatas inteligentes tuvieran un código ético, cotizasen y pagasen impuestos.

La polémica por el uso de máquinas en lugar de personas alcanza su máxima expresión cuando las máquinas son de guerra y las personas son soldados. Porque a pesar de que la tecnología liberará a los trabajadores de los cometidos más peligrosos, entre los que destaca el combate, se está extendiendo la opinión de que los soldados no deberían beneficiarse hasta ese punto del desarrollo tecnológico de la sociedad a la que sirven. Es como si tuvieran que exponer sus vidas más de lo imprescindible, algo que no se exige en aspectos del combate como el de la superioridad del poder aéreo o el uso de armamento guiado por control remoto.

Así, los expertos se dividen entre quienes defienden el uso de máquinas autónomas de guerra y quienes alertan del peligro de desarrollar máquinas asesinas. En particular, miles de científicos de la categoría de Stephen Hawking, Steve Wozniak y Elon Musk firmaron una carta abierta, presentada en 2015 en la Conferencia Internacional de Inteligencia Artificial, en la que se manifiestan en contra de los robots militares que operen sin intervención humana directa. No cuestionan, por tanto, otros usos de la tecnología como las armas de control remoto, sino que plantean la necesidad de garantizar que los humanos tomen todas las decisiones de un ataque. De alguna forma, sitúan a las acciones de combate dentro de la categoría de las actividades que exigen, como marcaban Gates y Musk, de la comprensión humana.

Partiendo de la premisa bienintencionada de que ninguna nación democrática se involucraría en una guerra injusta, quedan cuestiones por resolver en este debate. Aparte de establecer un código de comportamiento de los robots como el propuesto por Mady Delvaux, hay que determinar si en una guerra justa es ético renunciar a la ventaja tecnológica a costa de un mayor riesgo para las vidas de los soldados. Otro punto a considerar es la eficacia real que tendría la prohibición de los sistemas autónomos de combate, sobre todo teniendo en cuenta la imposibilidad de evitar una carrera armamentística en cuanto una sola potencia militar iniciase su desarrollo.

La existencia de máquinas autónomas afectará a la seguridad internacional y a la privatización de la guerra. Los robots se fabrican con materias primas comunes e incorporan tecnología de doble uso, civil y militar, por lo que serán asequibles en ámbitos no estatales como el empresarial, pero también el de las organizaciones terroristas, la delincuencia organizada y los señores de la guerra. Es muy probable que se creen compañías militares privadas tecnológicas, que contarán con personal altamente cualificado, que operará eludiendo el combate directo y que no tendrá necesidad de entrenamiento típicamente militar.

Otra cuestión relevante es el efecto body bag (bolsa para cadáveres), según el cual los gobiernos democráticos dudan del apoyo de la población a las operaciones con elevado número de bajas. La disminución del coste la guerra en términos de vidas propias como consecuencia de su automatización o privatización podría atenuar la aversión política a elegir la opción militar para resolver conflictos. En este sentido, se puede anticipar que la disponibilidad de robots acabará disminuyendo el umbral de amenaza necesaria para que un gobierno decida involucrarse en una guerra.

En definitiva, la comunidad internacional tiene que afrontar sin demora la regulación de los sistemas de armas autónomos y tomar decisiones claras que puedan implementarse de forma eficaz. Se tendrá que decidir si prohibir o regular, evitando juicios de valor; de lo contrario, estaremos abocados a una situación de descontrol que perjudicaría a la paz y la seguridad de todos.

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