Peace, Security and Defence Chair

Español English

Observatorio PSyD

The observatory says

17th of January 2018

Kim Jong-Un se enroca y no pierde, luego gana.

Miguel Peco Yeste
Doctor en Seguridad Internacional y profesor asociado en la Universidad Complutense de Madrid

Hace sólo unos meses los científicos norcoreanos estaban convencidos de que pronto dispondrían de un auténtico misil balístico intercontinental, es decir, con un alcance mínimo de 5.500 kilómetros. No se equivocaban y, de hecho, hasta la fecha ya han probado con éxito dos armas de estas características. La primera de ellas, el Hwasong-14, fue lanzado el pasado 4 de julio y cayó en aguas próximas a Japón. A pesar de esta trayectoria, relativamente breve, los expertos calcularon que podría haber alcanzado sobradamente la costa oeste norteamericana de haber sido utilizados el ángulo y propulsión adecuados.

El sucesor en la serie, el Hwasong-15, fue lanzado el pasado 29 de noviembre “[…] hacia el extenso universo”, tal y como fue anunciado por la agencia de noticias oficial KCNA. Siguiendo con la misma fuente, el nuevo misil es capaz de “[…] cargar ojivas nucleares superpesadas y golpear todo el territorio principal de EEUU”. El propio Kim Jong-Un, que dirigió personalmente el lanzamiento, manifestó con posterioridad que se había alcanzado el objetivo de disponer de una fuerza nuclear operativa y, por tanto, de “[…] elevar la posición estratégica” del país.

Amenaza imperfecta, pero desafío real

Es posible que el nuevo misil norcoreano pueda alcanzar la totalidad del territorio de los EEUU, aunque ello no implica necesariamente que lo haga con precisión. También es posible que pueda portar una o varias ojivas nucleares, aunque sólo en caso de que los científicos hayan conseguido miniaturizar los dispositivos, un extremo altamente improbable. Además, con el peso añadido habría que revisar a la baja el alcance. Finalmente, el  Hwasong-15 sigue siendo un prototipo cuya capacidad para soportar las altas temperaturas y vibraciones en la reentrada a la atmósfera aún no ha sido ensayada en condiciones reales. En definitiva, Corea del Norte no dispone aún de un arma nuclear operativa, en el sentido de su empleo militar, ni mucho menos de un arsenal capaz de saturar los sistemas antimisil y plantear una amenaza de estas características.

Sin embargo, nadie ha dicho que conseguir el arma perfecta sea condición necesaria para materializar un desafío de primer orden. En primer lugar, porque conseguir una perfección técnica aceptable podría ser sólo cuestión de tiempo. El hermetismo del país asiático dificulta sin duda conocer los detalles, pero existe un dato inquietante al respecto: el número de ensayos realizados por los científicos norcoreanos es equiparable al que necesitaron los actuales poseedores de similares ingenios antes de ser capaces de desarrollar su versión operativa.

En segundo lugar, porque en ambiente nuclear las percepciones son tanto o más importantes que los hechos. En este sentido, el contexto autoritario, amenazante y carente de mecanismos de control del régimen norcoreano incrementa considerablemente el riesgo asociado con la posesión de un ingenio nuclear, aunque éste sea imperfecto. Y si además es capaz de sobrevolar territorio norteamericano y explosionar, aunque fuera por accidente, encima de San Francisco o Los Ángeles, dicho riesgo podría valorarse como inaceptable.

La reacción por parte de los EEUU no se ha hecho esperar. En sólo unos meses se ha pasado de la paciencia estratégica de la era Obama al despliegue de un grupo aeronaval en las aguas de la península de Corea, a las maniobras conjuntas con Corea del Sur y Japón, a la instalación de diferentes sistemas antimisiles y, en definitiva, a la toma en consideración de todas las opciones para que el régimen de Pyongyang abandone su carrera armamentística. Pero no sólo se trata de un problema entre dos adversarios, sino que las repercusiones en el ámbito regional ponen en peligro el actual régimen de no proliferación nuclear. En concreto, de no ser por la “disuasión extendida” norteamericana tanto Corea del Sur como Japón podrían contemplar seriamente el desarrollo de su propio programa nuclear, posibilidad que a su vez colisionaría de manera inevitable con los intereses de China.

¿Visionario o estratega?

La crisis de Corea del Norte es una situación peculiar desde el punto de vista del análisis estratégico. En particular, constituye uno de los escasos ejemplos donde pueden observarse las sutilezas del enfrentamiento asimétrico mezcladas con las paradojas de la disuasión. Así, recientemente se ha superado una fase en que dos contendientes –Kim Jong-Un y Donald Trump- se han enfrentado en lo que en ámbitos anglosajones se denomina “game of the chicken” al estilo de la “madman theory” de Nixon. Dicho de otra manera, ambos mandatarios han jugado al choque de trenes sin que aparentemente les importaran las consecuencias. Tras varios meses de escalada verbal, condenas y sanciones por parte de las Naciones Unidas, el punto de inflexión tuvo lugar el pasado mes de agosto, cuando Pekín anunció que dejaría a su suerte a Pyongyang en caso de que éste inicie un ataque contra los EEUU, sus bases en el Pacífico o sus aliados.

Llegados a este extremo cabe aplicar una conocida sentencia: el régimen norcoreano podrá ser un régimen homicida, pero no suicida. En efecto, la postura de China supone una línea roja que Corea del Norte difícilmente sobrepasará, salvo que sus mandatarios se arriesguen a que el país quede aislado económicamente y a merced de las consiguientes revueltas internas. Sin embargo –y aquí llega la paradoja- la advertencia de China tiene también la lectura inversa: Kim Jong-Un seguirá teniendo el apoyo del gigante asiático, aunque sólo sea por inacción, mientras no desencadene dicho eventual ataque. En otras palabras, constituye una salvaguardia para que el régimen norcoreano continúe con sus ensayos y consiga amenazar de manera seria, creíble y precisa el territorio continental norteamericano. Considerando los inconvenientes de la opción militar, que son muchos, a Trump sólo le quedarían dos salidas: aceptar la nueva situación o negociar. En cualquier caso el supremo líder sale ganando, al menos por algún tiempo, hasta que China encuentre un sustituto. 
 
El caso es que Kim Jong-Un parece estar alcanzando sus objetivos finales. En estas condiciones, sería un error de análisis tacharle sin más de visionario, o incluso dudar de su capacidad de percepción en cuanto a la complicada situación que atraviesa. En realidad –y fuera de consideraciones éticas, que las hay y muchas- el líder norcoreano y su círculo próximo están demostrando un fino manejo en la conducción de su estrategia y un aprovechamiento más que óptimo de los escasos recursos tecnológicos disponibles. No sólo han conseguido plantear una seria amenazar de represalia ante un eventual ataque, sino crear un auténtico efecto disuasorio. Esta diferencia, sin duda sutil, entre amenaza y disuasión –una cuestión de credibilidad, principalmente- es algo en lo que han fracasado de manera repetida incluso grandes potencias a lo largo de la historia. Es cierto que no han faltado apoyos clave, como la mencionada inacción de China, pero la capacidad para obtenerlos es algo que también entra en la ecuación. Como resultado de todo ello, el régimen norcoreano parece haber quedado a salvo de un más que probable intento de derrocamiento por parte de los EEUU y sus aliados en la región.

Conclusión: cuando no perder implica ganar

Hablar de ganancias y pérdidas en el terreno de la seguridad internacional es siempre algo relativo. Incluso llega a rozar la frivolidad, porque son estas últimas las que suelen superar ampliamente a las primeras. Además, desde la situación actual se pueden derivar escenarios de futuro realmente preocupantes. Por citar algunos, cabe preguntarse qué pasaría con el arsenal norcoreano en caso de una posible crisis interna. O incluso si el desafío planteado de manera tan exitosa podría animar a otros actores internacionales, ya sean estatales o no, a intentar lo propio. No obstante, y dejando aparte las anteriores consideraciones, se puede concluir que el régimen de Pyongyang se ha movido de manera magistral en su particular enfrentamiento asimétrico con los EEUU. El líder norcoreano se ha reafirmado como la opción menos mala para una China que, por vetarle el paso a la acción, le ha permitido conservar intacta su capacidad de disuasión. Acudiendo a metáforas, Kim Jong-Un se ha enrocado tras la protección del gigante asiático, conteniendo a un rival claramente superior y llevando a tablas una partida que otros habían evitado plantear.

Y en lo que respecta a Trump, es cierto que a diferencia de sus antecesores no ha rehuido el enfrentamiento. Las circunstancias actuales son diferentes, sin duda, y a la vista de los progresos en el programa nuclear norcoreano el tiempo ya apremiaba. En definitiva, que la única opción alternativa era ignorar la amenaza y vivir con el riesgo. Ahora bien, no es menos cierto que, precisamente por haber elegido la confrontación, el dirigente norteamericano ha entrado en un terreno de juego poco conocido y donde impera la principal regla del tablero asimétrico: que para no perder el contrincante fuerte necesita ganar, mientras que al débil, para ganar, le basta con no perder.

17 de enero de 2018










Download PDF document:

‹ Back

Cátedra Paz, Seguridad y Defensa - Universidad de Zaragoza Gobierno de España - Ministerio de Defensa