Peace, Security and Defence Chair

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12th of November 2013

Irán: La negociación sobre el programa nuclear

Javier Jiménez Olmos
Doctor en “Paz y Seguridad Internacional” por la UNED
Coronel del Ejército del Aire en la reserva
Miembro de la Fundación “Seminario de Investigación para la Paz” de Zaragoza

El régimen de los ayatolás

El 16 de enero de 1979 el Sha de Irán, Muhammad Reza Pahlevi, abandona el poder y el país ante la presión social que pedía su destitución y un cambio de régimen. El primero de febrero siguiente, el líder religioso ayatolá Jomeini regresó de su exilio en París. Previamente había permanecido en la ciudad santa chií de Nayef (Iraq) desde 1965 hasta 1978 cuando Sadam Husein, entonces presidente iraquí, lo expulsó para buscar una buena relación con el Sha.

De la revolución contra el Sha resultó vencedor Jomeini, quien el primero de abril de 1979 proclamó la República Islámica de Irán. Como tantas veces sucede, un dictador sustituyó a otro. El clérigo chií, con el apoyo de sus fieles paramilitares -los Guardianes de la Revolución- implantó un régimen teocrático que persiguió, encarceló y anuló a todos sus opositores, incluidos a algunos que con él habían hecho la revolución.

El régimen de Jomeini fue repudiado desde el primer momento, aunque por diferentes razones, por la Unión Soviética, los Estados Unidos y las monarquías suníes del Golfo Pérsico (Golfo Arábigo para los árabes). Los soviéticos, que ya habían invadido Afganistán el 25 de diciembre del año anterior (1978), estaban temerosos de que la revolución islámica se extendiera entre sus repúblicas asiáticas de mayoría musulmana. Estados Unidos perdía uno de sus más incondicionales aliados en la región, lo que provocaba una inquietud que se extendía muy especialmente a otro de sus mayores protegidos: el Estado de Israel. Las monarquías del Golfo porque veían que su tradicional enemigo chií podía poner en peligro su liderazgo en el Islam y competir con su poder económico y militar.

Una de las consecuencias de la revolución fue el asalto y toma de rehenes en la embajada norteamericana en Teherán. Los extremistas islámicos culpaban a los estadounidenses de los males de su país por el apoyo que habían prestado al Sha.

El 24 de abril de 1980, siendo presidente Jimmy Carter, los norteamericanos realizaron una operación militar para liberar a los rehenes que finalizó en completo fracaso. Esos rehenes fueron liberados mediante negociación el 21 de enero de 1981, el mismo día que Ronald Reagan sustituía a Carter como presidente de los Estados Unidos.

El triunfo de la revolución islámica hizo olvidar sus diferencias ideológicas y tanto soviéticos como norteamericanos apoyaron a Saddam Husein para que el 21 de septiembre de 1980 iniciara un ataque militar contra Irán. Una guerra que les convenía, había que detener la rebelión del Islam y debilitar el poderío de iraníes e iraquíes. Husein, víctima de su ambición, cayó en la trampa, creyendo que su victoria sería rápida y contundente.

En abril de 1983 el grupo terrorista Hezbolá atentó  contra la embajada norteamericana en Beirut provocando 60 muertos. En octubre de ese mismo año Hezbolá destruyó un cuartel de los marines estadounidenses y otro de paracaidistas franceses, también en Beirut, causándoles 241 y 58 muertos respectivamente. Hezbolá gozaba del apoyo de Siria e Irán.

El 20 de diciembre de 1983, Donald Runsfeld, asesor de Ronald Reagan, aterrizaba en Bagdad para ofrecer a Husein el apoyo de su presidente Reagan en la batalla contra Irán. En esos años la Administración norteamericana apoyaba también a los muyahidines e islamistas que luchaban contra los soviéticos en Afganistán.

Los Estados Unidos y los gobiernos occidentales apoyaron a Saddam Husein e ignoraron o cerraron los ojos ante las masacres que provocó al ordenar atacar con armas químicas a las tropas iraníes, y de gasear con esas mismas armas a la comunidad Kurda de Hulebch en 1988, en la que provocaron cinco mil víctimas mortales. Aunque esto último sí se denunció posteriormente, cuando Husein había pasado a ser indeseable.

Pero el realismo político –que sólo obedece a intereses- no impidió tampoco que el gobierno norteamericano vendiera armas a Irán desde el verano de 1985, usando a Israel como intermediario. Los beneficios de esas ventas se destinaron a financiar las actividades contrarrevolucionarias en Nicaragua. Fue una comisión del propio Congreso de los Estados Unidos la que descubrió este turbio asunto en 1986.

La guerra irano-iraquí finalizó en julio de 1988. Durante los combates murieron más de seiscientas mil personas. Ambos países quedaron empobrecidos y destruidos. A Iraq le habían apoyado con armas, además de la URSS y EE.UU., Argentina, Brasil, Francia, Italia, España, Portugal, y las dos Alemanias (la Federal y la Democrática).

El programa nuclear iraní

Cuando Afganistán e Iraq fueron invadidos en 2001 y 2003 por tropas norteamericanas y de sus aliados, los estrategas iraníes decidieron que el arma nuclear les prevendría de ser las siguientes víctimas de una invasión.

En febrero de 2003, el presidente iraní Muhammad Jatamí anunció que la República Islámica produciría combustible nuclear con la finalidad de producir energía eléctrica. La comunidad internacional, temerosa de que ese combustible no fuera empleado con fines civiles, se pronunció en contra el desarrollo nuclear iraní.

Con la llegada a la presidenta de la República Islámica de Mahmud Ahmadineyad en 2005 la situación empeoró, ya que no sólo continuó el programa nuclear sino que lo amplió.

En enero de 2006, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dictó la resolución 1737 por la que se establecían sanciones económicas contra Irán. En enero de 2007, Irán prohibió la entrada de inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) de la ONU por lo que en marzo de ese año el Consejo de Seguridad amplió las sanciones mediante la resolución 1747. Otras dos resoluciones del Consejo de Seguridad, la 1803 de 2008 y la 1929 de 2010, ampliaron las sanciones de las resoluciones anteriores.

Negociaciones  

En enero de 2011 tuvo lugar en Estambul un primer encuentro del llamado grupo P5+1 (Los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU: China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia, y Alemania) con representantes iraníes para intentar un acuerdo de retirada de sanciones a cambio de paralizar el programa nuclear. Las conversaciones sólo sirvieron para que los iraníes ganaran tiempo y continuaran incrementado la cantidad y calidad de sus instalaciones nucleares.

Según la OIEA, en enero de 2012 Irán había llegado a producir uranio enriquecido de pureza 20% (necesario para construir una bomba atómica) y que disponían de 110 kilos de ese uranio enriquecido, es decir, la mitad de la cantidad necesaria para fabricar una bomba atómica.

La llegada a la presidencia iraní de Hasan Rohaní ha cambiado el panorama. Hace pocos meses se pensaba en la opción militar para acabar con el programa nuclear iraní. Tanto norteamericanos como israelíes barajaron esa idea para acabar con la amenaza iraní. Pero los riesgos eran demasiado importantes. Un ataque podía provocar el bloqueo del Estrecho de Ormuz por parte iraní como represalia. Por ese Estrecho navega a diario el 35% del crudo que se transporta por vía marítima, lo que supone el 20% del que se vende en el mundo. Además por Ormuz navega una gran parte del gas licuado para el mercado mundial.  

¿Qué hubiera sucedido con los precios del petróleo? ¿Cómo hubieran reaccionado Rusia y China? ¿No habría sido percibido como una mueva ofensa contra el Islam por parte de la población musulmana? Por otra parte, Israel no dispone de la suficiente capacidad militar para afrontar un ataque en solitario y, aunque los Estados Unidos sí tiene el suficiente potencial militar, ni su economía ni su opinión pública podrían soportar una nueva guerra.

Así que Rohaní, con su inicial moderación, ha ayudado al voluntarioso Obama para conseguir un clima de diálogo a pesar de las presiones de los “halcones” más conservadores norteamericanos y las reticencias de israelíes y saudíes, esta vez de acuerdo contra la decisión del gobierno norteamericano de negociar con los iraníes. No obstante, Obama cuenta con el apoyo de las tres cuartas partes de la opinión pública, harta de costosísimas guerras que no resuelven los problemas, según una encuesta de la CNN realizada el 30 de septiembre de 2013.

Irán, a pesar de la agresividad verbal de alguno de sus últimos dirigentes, no ha sido un país históricamente expansionista. La llegada a la presidencia de Rohaní en unas elecciones no cuestionadas por la comunidad internacional, el 14 de junio de 2013, ha supuesto un giro en la política internacional iraní. Rohaní es un reformista, no intenta cambiar el sistema sino modernizarlo e impulsarlo económicamente. Cuenta con el apoyo de una coalición de moderados que lo sustenta, y con el beneplácito del líder supremo de la revolución: el ayatolá Ali Jameneí.

Irán dispone de las cuartas reservas mundiales de petróleo y las segundas de gas, pero las sanciones económicas, los embargos de sus exportaciones de crudo y las congelaciones de sus activos financieros en el extranjero están ahogando la economía y las finanzas y, por ende, al pueblo iraní.

Rohaní se ha encontrado con una inflación que alcanza el 50%, una devaluación de la divisa de casi el 80% y con 3,5 millones de desempleados. Por tanto, está obligado a negociar el programa nuclear si quiere que se eliminen las graves sanciones económicas, el embargo de la exportación de petróleo y el bloqueo de las cuentas en el exterior. Los ingresos económicos iraníes se han reducido en el último año en un 60%. Hay que considerar que el embargo de petróleo, que significa el 80% de los ingresos totales, ha hecho que la exportación haya disminuido de 2,5 millones de barriles diarios en 2011 a 1,5 en 2012.

El nuevo gobierno iraní también tiene que lavar su imagen represiva e intolerante, hacer gestos a favor de los derechos humanos y las libertades individuales. Aunque estos dos asuntos pueden no ser prioritarios en las agendas negociadoras ni de occidentales ni de iraníes.

Irán quiere ser una potencia regional, tiene las condiciones: población, territorio, cultura y fuerzas armadas. Pero necesita recuperar su economía y, por ello, Rohaní, moderado en sus formas, se aviene a negociar. Manifiesta que Irán no pretende ser potencia nuclear y hasta reconoce el holocausto judío, pero no renuncia a un programa nuclear que considera imprescindible para el desarrollo económico de su país.

Israel no confía en las negociaciones, su primer ministro Netanyahu ha asegurado que los acuerdos, si los hubiere, entre el P5+1 e Irán no serán de obligado cumplimiento para ellos. Por su parte, Arabia Saudí ha reaccionado rotundamente en contra de cualquier aproximación a Teherán de su, hasta ahora, más próximo aliado, por lo que el 18 de octubre de este año ha renunciado a su puesto como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.

Pese a las reticencias de tan importantes aliados en la región, el gobierno norteamericano ha acudido a Ginebra la semana pasada (7 de noviembre) a las conversaciones para tratar el programa nuclear iraní. El máximo representante de la diplomacia norteamericana, John Kerry, ha tomado el mando, le han acompañado los otros miembros del P5+1. Por parte iraní ha presidido la comisión su ministro de asuntos exteriores Zarif.

La negociación ha tratado de conseguir en principio una moratoria del programa nuclear iraní a cambio del levantamiento de sanciones económicas, financieras y de la venta de petróleo. Parece ser que existe un acuerdo básico sobre estos puntos y que el problema ha surgido cuando se ha entrado en los detalles sobre el desmantelamiento de las instalaciones nucleares, la destrucción del uranio enriquecido y el alcance de la descongelación de fondos monetarios iraníes en el exterior.

Las partes han acordado reanudar las conversaciones el próximo 20 de noviembre, lo que es sin duda una buena señal. Según han manifestado algunos representantes de los asistentes el acuerdo puede ser efectivo para entonces. Aunque Irán ha acusado a Francia de obstaculizar un acuerdo inminente por su relación de amistad con Israel.

Rohaní, aunque cuenta con el apoyo del sector moderado de su coalición de gobierno, está sufriendo presiones de las facciones más radicales de su país que le acusan de ceder en lo que denominan chantaje norteamericano.

Conclusiones  

La escalada de gestos por la negociación y, en definitiva, por la paz en la región experimentaron un gran avance cuando el 5 de septiembre los rusos de Putin propusieron el desarme químico de las fuerzas del gobierno sirio de Al Asad, principal aliado de Irán en Oriente Medio. Sin embargo, la guerra prosigue en Siria, aunque ya no obtenga tantos titulares. Pero abrir el camino del diálogo ha sido un gran paso. El acercamiento Irán-Estados Unidos puede servir de puente para encontrar una solución a esta guerra.

Si se asegura que los iraníes no fabricarán armas nucleares y si se les apoya para recuperar su economía y, por lo tanto, que sus ciudadanos puedan gozar de un nivel de vida mejor, la paz en Oriente Medio estaría más cercana. Una paz que beneficiará no sólo a los iraníes, sino a las potencias económicas mundiales que puedan acceder a un mercado de 75 millones de personas.

Zaragoza 12 de noviembre de 2013








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