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13th of February 2015

Arabia Saudí. Nuevo monarca, viejos problemas

Javier Jiménez Olmos
Doctor en “Paz y Seguridad Internacional” por la UNED
Miembro de la Fundación “Seminario de Investigación para la Paz” de Zaragoza

El jueves 22 de enero de 2015 falleció a los 90 años el rey de Arabia Saudí, Abdalá Bin Abdelaziz al Saud. El anciano monarca era un hombre con fama de austero que intentó mejorar la imagen medieval de su país. Sin embargo, lo que al parecer eran sus intenciones están muy lejos de haberse convertido en realidad, a la vista de los datos que organizaciones relacionadas con los derechos humanos nos ofrecen.

El rey Abdelaziz pertenecía a la casa de Ibn Saud, fundador de la dinastía reinante en Arabia Saudí desde 1932. Una monarquía seguidora de la corriente wahabista que proviene del ideólogo Mohamed Ibn Abdul al Wahhab (1703-1787).  El wahabismo surgió en la península arábiga cuando el imperio otomano comenzó a decaer. Su intención era recuperar la pureza primitiva del Islam. Sus seguidores son principalmente musulmanes de la rama suní.

El wahabismo es una doctrina con una visión purista de la sharía, con un fuerte componente de intolerancia hacia otras religiones y de discriminación a la mujer. Para los seguidores wahabistas sólo Alá es digno de adoración, proponen la pena de muerte contra los herejes y aprueban los  castigos corporales: lapidación para el adulterio, amputaciones para el robo y latigazos para los consumidores de alcohol.

El sucesor de Abdelaziz es su hermano Salman, de 79 años. Según las leyes sauditas la herencia del trono corresponde a los hermanos. El fallecido monarca también sucedió a su hermano Fahd en 2005, aunque ya ejercía como regente por la incapacidad de este a causa de una enfermedad cerebral que sufrió a mediados de los noventa.

El nuevo monarca, Salman Bin Abdulaziz, se enfrenta a viejos problemas del llamado Reino del Desierto. Salman deberá afrontar desafíos no resueltos, principalmente en asuntos de seguridad interna y externa, económicos y sociales.    

El primer problema interno viene por la tradicional rivalidad entre las élites de poder dentro de la familia real. Como estaba previsto, Salman ha nombrado su sucesor a Mugrin Bin Abdulaziz, de 69 años, hermanastro del difunto Abdalá. Mugrin había dirigido los servicios de inteligencia de 2005 a 2012, y en la actualidad es vice primer ministro.

Pero el nuevo monarca ha designado segundo sucesor a su sobrino Mohammed Bin Nayef, de 55 años, que es ministro de Defensa desde 2011, lo que ya constituye un salto generacional muy importante en la tradicional gerontocracia saudí. Nayef es considerado un hombre muy poderoso, con una formación en Ciencias Políticas, en asuntos militares y antiterroristas.

Con el nombramiento de Nayef como segundo en la línea de sucesión al trono, se ha descartado al otro posible candidato, Miteb bin Abdullah, actual ministro de la Guardia Nacional. Parece que el nombramiento de Nayef tiene que ver con que era el preferido por los Estados Unidos. Aunque el problema sucesorio parece estar resuelto por “real decreto”, es difícil saber si las diferentes familias influyentes estarán satisfechas y cuáles serán las consecuencias futuras.

Otro problema interno es el religioso que tanta influencia tiene en Arabia Saudí en particular y en todo el mundo árabe y musulmán en general. Hay una gran similitud entre las doctrinas del Estado Islámico y las que predican e imponen algunos clérigos saudíes. Lo cual provoca el rechazo de la opinión pública mundial y de sectores nacionales y musulmanes, cada vez más influyentes, de una sociedad que no se resigna a vivir con leyes medievales.

Aunque por otra parte, hay que tener en cuenta que la crisis económica, que afecta también a los saudíes, provoca descontento que puede estar siendo canalizado por los sectores más integristas, que consideran la “apertura” de sus dirigentes hacia los intereses y costumbres occidentales como culpable de la crisis. Los jóvenes son un sector muy castigado por la crisis porque ven perder algunas de las subvenciones estatales que les permitían llevar una vida con cierta seguridad y confort. Es un sector muy influenciable hacia las doctrinas más extremistas que predican una vuelta al Islam primitivo para resurgir de lo que consideran una humillación occidental.

Ese descontento se agudiza en las minorías chiíes que viven en Arabia Saudí y en toda la península Arábiga, lo que constituye otro problema de seguridad interna y uno de los que debe afrontar en seguridad exterior. Los chiíes patrocinados por su enemigo más tradicional, Irán, son una de las principales amenazas para los gobernantes saudíes.

La primavera árabe abrió nuevos frentes a los dirigentes saudíes. Las protestas en Bahréin fueron aplacadas por la fuerza de los tanques saudíes que intervinieron en el vecino país bajo los auspicios del Consejo de Cooperación del Golfo que controlan las monarquías suníes de la península arábiga. En Bahréin el 70% de la población es chií, por tanto, era demasiado riesgo dejar que las revueltas avanzaran. El gobierno saudí culpó a Irán de contribuir a las protestas, que también se extendieron a los chiíes que habitan la parte oriental de Arabia Saudí, rica en yacimientos petrolíferos.

Mientras, eliminaban las protestas donde les afectaban directamente y se ponían de parte de los dictadores que contenían a radicales islamistas y los Hermanos Musulmanes. Sin embargo, en Siria se pusieron claramente a favor de la rebelión contra el régimen de Al Asad, el mayor aliado del Irán chií dentro del mundo árabe. Una incoherencia religiosa que ya se manifestó cuando apoyaron en los ochenta, al entonces pro-socialista laico Sadam Husein, en su guerra contra Irán. Los dirigentes saudíes también temen que la expansión del Estado Islámico termine afectándoles y por eso han apoyado la coalición, y han contribuido a la campaña de bombardeos en su contra.

Arabia Saudí, muy preocupada por su seguridad, es el séptimo país del mundo que más presupuesto militar tiene, 56,7 mil millones de dólares en 2012, por detrás de Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido, Japón y Francia. Y se arma, no para defenderse de las potencias occidentales, sino de sus propios vecinos, principalmente de Irán.

Según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), si comparamos los presupuestos militares de los países de Oriente Medio, el de Arabia Saudí está muy por encima de todos los demás, incluidos los de Emiratos Árabes Unidos, con 14,1 mil millones de dólares para el 2012, y el de Israel con 14,6. Irán, su principal amenaza, gastó en 2009 (últimos datos disponibles en el SIPRI) 9,8 mil millones de dólares. Los gastos militares de Arabia Saudí en el 2012 supusieron el 8,9% de su PIB, superior al 5,4% de los Emiratos Árabes Unidos y el 6,2% de Israel, y muy por encima del 4,4% de EE UU.

En el ranking mundial de importación de armamento pesado Arabia Saudí se encuentra en el décimo lugar mundial, le preceden por este orden: India, China, Pakistán, Corea del Sur, Singapur, Argelia, Australia, Estados Unidos y Emiratos Árabes Unidos. Siempre según el SIPRI, Arabia Saudí importa casi la totalidad de ese armamento a EE UU, el 77%, y otro 22% al Reino Unido.

El problema económico derivado de la caída de los precios del petróleo, principal fuente de ingresos saudí, puede agravar muchos de sus problemas internos y externos. Arabia Saudí tiene las segundas mayores reservas probadas de petróleo en el mundo (265,9 miles de millones de barriles, el 15,9% del total mundial, según el informe de BP Statistical Review of World Energy de junio de 2013) solo superada por Venezuela, y también dispone de importantes reservas probadas de gas natural (8,2 trillones de metros cúbicos, el 4,4% del total mundial, según el mencionado informe).




Estados Unidos, gracias a la técnica de fracturación hidráulica (fracking) ha conseguido reducir sus importaciones lo que ha causado que los saudíes, para poder competir con la producción norteamericana, no hayan disminuido su ritmo de producción, con la consiguiente reducción de los precios.

Esa competencia con los norteamericanos y sus recelos con la actual política estadounidense de acercamiento a Irán, son la causa de cierta tirantez en las relaciones que, incluso, ha provocado críticas norteamericanas, hasta ahora silenciadas, contra los mandatarios saudíes por sus políticas poco favorables a los derechos humanos en general y de la mujer en particular.

Los informes sobre los derechos humanos en Arabia Saudí ofrecen datos alarmantes. Según el Informe 2013 de Amnistía internacional sobre los derechos humanos en el mundo en el año anterior: “las autoridades restringían con severidad la libertad de expresión, asociación y reunión y reprimían la disidencia. Se recluía sin juicio o se condenaba en juicios manifiestamente injustos a quienes criticaban al gobierno o llevaban a cabo labores de activismo político. Las mujeres estaban discriminadas en la ley y en la práctica, y carecían de protección adecuada contra la violencia intrafamiliar y otras formas de violencia. Los trabajadores y trabajadoras migrantes sufrían explotación y abusos. Se impusieron y aplicaron condenas de flagelación. Al terminar el año (se refiere al 2012) había cientos de personas condenadas a muerte. Se llevaron al menos 79 ejecuciones”.

Con relación a la igualdad de género, Human Rights Watch, en su informe mundial de 2013, afirma que los progresos para equiparar los derechos de hombres y mujeres son extraordinariamente difíciles. Aunque dicho informe reconoce que por primera vez Arabia Saudí  podría permitir que las mujeres pudieran obtener el permiso para poder ejercer la abogacía ante los tribunales de justicia y conseguir el derecho a trabajar en algunas nuevas industrias. Sin embargo, este informe insiste en la segregación de género en restaurantes, en edificios públicos, en oficinas, en las instituciones del sistema de enseñanza e, incluso, para conducir.

Además, el informe de Human Rights Watch insiste en la vulneración de derechos de los trabajadores inmigrantes, de la violación sistemática del derecho de defensa en los tribunales de justicia, la aplicación de torturas a los detenidos, la vulneración del derecho a la libertad de expresión, el escaso respeto a otras creencias religiosas distintas de la oficial, la negación del derecho de reunión, y la prohibición de asociaciones políticas o en defensa de los derechos humanos. Tampoco es un país en el que se respete la libertad de prensa.

Los intereses económicos y estratégicos que marcan las relaciones internacionales, han condicionado tantas veces las críticas hacia un régimen, como el saudí, poco respetuoso con los derechos humanos. Muchos son los dirigentes de democracias occidentales, tan rigurosas con la defensa con los derechos humanos, los que hacen negocios y asisten a los funerales del monarca Abdalá. Nuevo monarca y viejas costumbres.

El respeto a las creencias religiosas no implica la aceptación de su uso perverso. Los dictadores siempre han manipulado y usado en su beneficio los sentimientos religiosos, en cualquier religión. Han impuesto normas represoras en nombre una interpretación maligna de la religión para subyugar y amedrentar a sus súbditos, a los que en nombre de esa versión religiosa se les mantiene tantas veces en la ignorancia. Esos líderes tienen gran parte de culpa de la identificación de la religión con la violencia.

Nuevo monarca, pero viejos problemas que afrontar. Lo que sucede en Arabia Saudí afecta a todos los árabes y a la comunidad musulmana. Siempre han sido un referente religioso, cultural y económico. Su evolución política y social en cualquiera de los dos sentidos, involución o progreso, puede marcar el futuro de las relaciones internacionales y el agravamiento o solución de los graves conflictos y guerras en Oriente Medio.

13 de febrero de 2015


















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